Antes de empezar nuestros tratamientos, Alma y yo tuvimos que pasar una consulta obligatoria con la psicóloga de la clínica. La verdad es que no entendíamos la necesidad de esta consulta, pues creíamos tener las cosas bastante claras. Aun así, supusimos que en ella nos daría algunas claves para afrontar el proceso y, sobre todo, que nos explicaría cómo tratar el tema con nuestro futuro hijo. Y como nos parecían temas interesantes, afrontamos la visita con la mejor voluntad.
La decepción fue completa. No era la primera vez que íbamos a una consulta psicológica: las dos hemos estado en terapia individual y también de pareja. Sin embargo, la conexión personal con esta señora fue nula. Y no solo no tratamos los temas esperados, sino que fue un timo en el sentido literal de la palabra: pagamos el precio de una hora, pero nos atendió media hora escasa, durante la cual se dedicó a mirarnos fijamente a los ojos y a preguntarnos muy despacio de qué queríamos hablar.
No obstante, para intentar aprovechar siquiera el desembolso económico, yo me quedé con una técnica que estuvo explicándonos detalladamente durante un cuarto de hora: la visualización positiva. Que básicamente se resume en imaginar tu vida con tu pareja y tus hijos para así focalizar la mente hacia el éxito. Algo que nos invitaba a hacer cada mañana y cada noche hasta conseguir "nuestro objetivo".
Para que luego nos adviertan sobre los peligros de obsesionarse con el tema.
El caso es que yo lo intentaba (de vez en cuando, claro), pero no me salía. Todo lo que llegaba a imaginar era el día en que me anunciasen el positivo: cómo lloraría profundamente emocionada, cómo llamaría a tal y a cual y cómo volvería a llorar, cómo me sentiría la persona más afortunada del mundo, etc. (luego ni siquiera fue así, por cierto). Reconozco que no poder imaginarlo me preocupó durante un tiempo. ¿Acaso no estaba preparada para conseguirlo? ¿Es que "nuestro objetivo" se encontraba demasiado lejos?
De un tiempo a esta parte, sin embargo, siento como si mi mente se hubiera abierto, y ahora puedo imaginar lo que aquella señora nos sugería. Y más que imaginar, siento la presencia de esa vida que todavía no existe.
Imagino que nuestro bebé duerme en una minicuna junto a la cama, y casi noto su respiración cuando alargo mi brazo. Percibo el olor y el tacto de su ropa, aunque no tengamos ninguna prenda, e incluso me he despertado de madrugada sintiendo que mi hijo me llamaba, cuando no era más que el gato soltando un maullido repentino. Veo su sillita en el coche, aunque no esté ni nunca hayamos tenido una, y nos imagino a Alma y a mí llegando a cualquier lado con un bebé en brazos o con un niño de la mano.
De pronto, no tengo ninguna duda de que esa vida está ahí, a nuestro alcance.
La certeza es a veces tan intensa que me hace preguntarme si será que ya estoy preparada para lograrlo, si "nuestro objetivo" se encuentra cerca... o si me estoy volviendo loca por el camino.
Ese momento llegará y las dos tendréis a vuestro retoño con vosotras. Os lo merecéis.
ResponderEliminarMe alegro que al final sacaseis algo de provecho a esa consulta.
Un beso
Gracias por tus palabras... ¡Ojalá tengas razón! :D
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