lunes, 15 de septiembre de 2014

Lo que SÍ es el síndrome de ovarios poliquísticos



El síndrome de ovarios poliquísticos es un trastorno endocrino que afecta al metabolismo de la glucosa.

He tardado casi diez años en llegar a esta frase, y para mí ha significado una liberación inmensa.

Desde que me diagnosticaron, siempre había tenido la intuición de que mi problema no era meramente ginecológico, que su origen debía de estar en algún lugar distinto a mis ovarios. Como es lógico, aquella intuición quedó relegada a un plano íntimo durante años frente a los pavorosos desajustes de mi cuerpo, las ecografías inequívocas y el diagnóstico médico. Cuando le pregunté a mi ginecóloga de entonces cuál era el origen último de lo que me pasaba, ella me respondió en tono jocoso: "La causa del síndrome de ovarios poliquísticos es desconocida. Si yo la supiera, ya me habrían dado el premio Nobel". 

Me atreví a buscar otra interpretación de lo que me ocurría por primera vez hace unos años, después de que mi nuevo ginecólogo me diera la noticia de que ni tenía el síndrome ni nunca lo había tenido (!). Como mis reglas se habían estabilizado y no se veía nada especial en las ecografías, seguí investigando por el segundo síntoma que más me preocupaba: el acné.



Aparte de los círculos viciosos que no te ofrecen ninguna explicación válida (un desequilibrio hormonal que procede de un trastorno ginecológico que procede de un desequilibrio hormonal), encontré una teoría audaz que vinculaba el acné, tanto en hombres como en mujeres, con el consumo de productos lácteos. Era de un dermatólogo británico que se apoyaba en años de experiencia y en una encuesta poblacional. Sus recomendaciones eran bien sencillas: elimina completamente los productos lácteos durante seis meses y, si tu acné no mejora, olvídate de mi teoría y sigue con tu vida.

Me gustó mucho la idea, sobre todo, por su honestidad. No pretendía venderte unas cremas carísimas ni darte una cita urgente en su laboratorio de última tecnología, sino ayudar a todas las personas que quisieran confiar en él a través de algo bastante simple que había descubierto después de muchos años de experiencia. Además, como vegetariana, hace ya mucho tiempo que he entablado una relación amor-odio con los lácteos, así que todo me cuadraba.

Y lo probé. No tuve que eliminar muchos productos lácteos porque apenas consumía más que queso, pero, como buena superviviente en un mundo adicto a la carne, lo tomaba en grandes cantidades. Así que lo reduje bastante y... funcionó. El acné no desapareció, pero retrocedió hasta límites tolerables. Además, controlando la cantidad de queso que comía pude observar la relación entre ambos, pues cuando me relajaba y daba rienda suelta a mi lujuria láctea, el acné se volvía a recrudecer. Como averigüé después, no obstante, además del queso me estaba afectando también cuándo lo comía y lo que comía con él.

En esta misma dirección, hice un descubrimiento casual que me llamó la atención poderosamente. El mismo blog que me llevó al estudio del dermatólogo británico hablaba también de ciertos problemas de salud que, aunque me resultaban ajenos, tenían un origen que yo sí que compartía: los triglicéridos altos.

Fue impresionante. Desde la adolescencia, en mis análisis de sangre siempre habían aparecido los triglicéridos elevados. Las explicaciones que recibí de aquella anomalía fueron de lo más peregrino. El médico de cabecera que tenía por aquel entonces (un completo gilipollas sobre quien podría escribir páginas y páginas) me preguntó si comía muchas patatas fritas de bolsa. Patatas fritas... ¿de bolsa? Yo me quedé estupefacta y él entendió que no; tampoco me explicó nada más. 

Por su parte, la ginecóloga incidía en mi manía de hacerme los análisis en lunes (que era el día en que podía hacérmelos sin tener que faltar a clase), pues, según ella, el metabolismo de las grasas (¡las grasas!) se altera durante el fin de semana, y por eso me salían siempre los triglicéridos altos. Por más que yo le juraba que el domingo había comido en casa del mismo modo en que podía haberlo hecho cualquier otro día, ella seguía insistiendo en que todo se reducía a mi obsesión con los lunes.

La dermatóloga también quiso hacer su contribución al caos diagnóstico. Después de mandarme unos análisis y echarme la bronca por no hacérmelos en los días que me había dicho (aunque no me lo hubiera dicho), me espetó: "Por cierto, tienes los triglicéridos altos, así que vigila la dieta", lanzándome los análisis por encima de la mesa como quien te calza una bofetada. Yo me sentía tan paralizada por la humillación de tener que aguantar broncas de aquella señora cada vez que la visitaba, que no me atreví a preguntar lo obvio: "¿Y qué parte de la dieta debería vigilar?". Ella, evidentemente, tampoco se rebajó a concretármelo.

La última vez fue con mi doctora de cabecera. Había ido a consulta porque se me volvía a caer el pelo. Ella pensó que podía tener el hierro bajo, pero esa parte del análisis estaba perfectamente; lo único que salía mal, de nuevo, eran los triglicéridos. Yo le pregunté si ambas cosas podían estar relacionadas con los medicamentos que había consumido (tanto la píldora como los antidepresivos pueden elevar los triglicéridos, y estos últimos también provocan alopecia). Contradiciendo unos prospectos que tienen la longitud de veintisiete pergaminos, ella me dijo que no. "Será por cualquier cosa", me respondió. ¿Cualquier cosa? ¿Cualquier cosa? Pero... ¡¿cuál?!

Aunque no lo parezca por mis palabras, he de decir que los médicos son los profesionales que más valoro. Son capaces de enfrentarse a la enfermedad y la muerte, hacen unas operaciones dignas de la mejor novela de ciencia ficción y... ¡salvan vidas! Pero, a veces, con las cosas más sencillas, sus cagadas son impresionantes. Yo fui pasando de mano en mano durante casi diez años con los triglicéridos mandando señales de socorro desde mis análisis, y nunca nadie fue capaz de explicarme lo que se entiende haciendo una simple búsqueda por Internet: que los triglicéridos son el producto del metabolismo de la glucosa, y que si los tienes altos hay algo que no está ocurriendo del modo en que debería.

Después de aquellos descubrimientos, todavía muy parciales, decidí sustituir el azúcar por otros edulcorantes. Empecé con la sacarina, pero como no me daba demasiada confianza, acabé utilizando estevia, un edulcorante natural que, además, venden en un formato muy parecido al del azúcar. También procuré reducir mi ingesta de pasta, hasta llegar a comerla solo una vez por semana. Estas decisiones no me produjeron ningún cambio evidente, pero estoy segura de que me ayudaron a controlar algunos síntomas que en aquellos momentos estaban descontrolándose; especialmente, el imparable aumento de peso.

Todo este rosario de síntomas aparentemente inconexos y extrañamente dependientes de la dieta acabó por tomar forma cuando la doctora de la clínica de reproducción asistida me recetó, con el objetivo de controlar mi síndrome de ovarios poliquísticos, la famosa metformina. ¿Y qué es la metformina? Pues se trata, curiosamente, de un antidiabético, es decir, un medicamento que apoya el correcto metabolismo de la glucosa. ¿Y cómo se relaciona este metabolismo con el síndrome de ovarios poliquísticos? La cosa es bien sencilla, y nadie ha recibido un premio Nobel por descubrirla.

En el metabolismo de la glucosa está implicada una hormona llamada insulina. Su funcionamiento puede estar alterado debido a diferentes mutaciones genéticas, entre las que se encuentra la causante de la diabetes. A otro nivel, en principio menos agresivo, está el síndrome de ovarios poliquísticos: cuando la glucosa no se metaboliza correctamente, el cuerpo genera un exceso de insulina que desencadena otros desajustes en el sistema endocrino, es decir, hormonal. Concretamente, los niveles elevados de insulina elevan a su vez la hormona luteinizante (LH), lo que provoca los síntomas ginecológicos propios de este síndrome: mayor número de folículos al principio del ciclo, ausencia de un folículo dominante, incapacidad para ovular, ciclos anormalmente largos, etc.

Cuando se intenta controlar este síndrome atendiendo exclusivamente a los síntomas ginecológicos y no a su verdadero origen, el sistema endrocrino se asalvaja: esto es exactamente lo que me ocurrió a mí. A pesar de haber tomado la píldora durante años, normalizando así hormonas como la LH, mis triglicéridos siguieron por las nubes todo ese tiempo, envenenando mi cuerpo y abocándolo hacia lo peor: problemas cardiovasculares, resistencia a la insulina y diabetes, entre otros horrores.

Ni siquiera la doctora de la clínica de reproducción asistida supo advertirme sobre ello. Al saber que la metformina era un antidiabético, le pregunté si debía acompañarla de algún tipo de dieta. Y ella me contestó que no. "En todo caso", me dijo, "si sufres alguna hipoglucemia, tómate algo dulce, como una galleta". Como he comprendido después, esa es la peor manera de controlar, especialmente a largo plazo, el círculo vicioso que provoca las hipoglucemias.

Si finalmente he entendido lo que SÍ es el síndrome de ovarios poliquísticos, ha sido gracias a la Asociación Española del Síndrome de Ovarios Poliquísticos (AESOP), una organización sin ánimo de lucro fundada por pacientes, que se han apoyado en estudios, médicos y asociaciones extranjeras, para dar a conocer la verdadera naturaleza de este síndrome y ayudar a otras mujeres a mejorar la deriva, no precisamente leve, de esta enfermedad. Y, efectivamente, la principal manera de hacerlo es siguiendo una dieta que ayude a controlar los estragos de un metabolismo de la glucosa alterado.

A mí, este último descubrimiento me ha cambiado radicalmente la vida.

3 comentarios:

  1. Hola Remedios, muchas gracias por este post, soy de AESOP y creo que tu camino y tu lucha es muy parecida a la de muchas mujeres que se enfrentan con ello pero que no se conforman con lo que los medicos generalmente te dicen, para ellos es un problema tan simple que se arregla tomando pastillas anticonceptivas, en vez de arreglar el problema de base tapan los sintomas. Espero que siguas igual de positiva ¡¡ me alegra saber que la Asociación sirve a muchas mujeres como tu a mejorar su calidad de vida. Un abrazo¡¡

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  2. Gracias a vosotras por fundar la Asociación y llevar a cabo toda la labor educativa que nos permite a tantas mujeres aprender sobre este síndrome y entender que, cuando no nos terminamos de fiar de los médicos, no es porque estemos locas.

    A mí me habéis ayudado muchísimo, me he pasado varios meses alucinando de todo lo que he aprendido en tan poco tiempo, después de perder tantos años con diagnósticos estériles y confusos.

    ¡Gracias otra vez por vuestro trabajo!

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  3. Muy buena esta entrada. Yo también soy de la Asociacion y una chica en nuestro grupo de Facebook ha publicado tu blog.
    Mucha fuerza para conseguir tu sueño!

    http://laaventuradequerersermamaconsop.blogspot.com.es/

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¡Muchas GRACIAS por vuestros comentarios!