Recuerdo el día en que mi psicóloga me dijo que yo era una persona muy familiar. Salí de la consulta pensando que, después de tantas horas de terapia, no me conocía absolutamente nada. ¿Familiar yo, cuando desde mi más tierna adolescencia había abjurado del concepto mismo de familia? ¿Yo, que me había mofado de las desavenencias familiares y había renegado de la mayoría de mis parientes? ¿Cómo podía ser una persona muy familiar, si no creía en la familia?
Sus argumentos, no obstante, resultaban bastante convincentes. Yo tenía que ser una persona muy familiar cuando el rechazo de mis padres me había sumido en una depresión tan imperceptible como profunda. Debía serlo si el miedo a sufrir el mismo rechazo por parte del resto de mis parientes me había provocado tal ansiedad que acabé dando con mis huesos en el hospital. La familia era importante para mí desde el momento en que sentía cómo la simple idea de no tener hijos me aniquilaba vitalmente, paralizándome desde las entrañas.
A pesar de ello, tardé mucho tiempo en comprenderlo. Como muchas cosas que se tratan en terapia, siguió flotando en mi mente mucho después de que yo lo hubiese rechazado por absurdo. Poco a poco, no obstante, fui entendiendo que tal vez mi postura intelectual ante la familia no era más que un escudo frente al dolor.
Mi historia familiar está llena de rupturas. De primos que no ves crecer, o que ni siquiera conoces. De abuelos cuyos últimos años no has compartido. De tíos a los que un día quisiste, admiraste, cuyo cariño te colmó los abrazos y que hoy ya no son nada. No hay ningún miembro de mi familia al que haya visto al menos una vez al año durante toda mi vida. Mis relaciones familiares son como una tela de araña al amanecer: demasiado frágiles para resistir el peso de las gotas de rocío.
Entonces, ¿cómo puede ser que la familia haya llegado a ser tan importante para mí? Sé que no se trata del concepto tradicional: he roto con muchas convenciones en mi vida como para seguir atada a una visión idealizada de la familia. Tampoco es algún tipo de una necesidad, ya que he superado momentos muy duros (una depresión, la ruptura con Alma) sin el apoyo de mi familia.
Quizá lo que finalmente he descubierto no tenga mucho sentido, pero diría, sencillamente, que mis parientes son los rostros que pueblan mi infancia. Y mi infancia (lo veo más claro según voy creciendo) son los cimientos que sostienen mi vida. A mis familiares no los necesito, ni tienen mi lealtad por el simple hecho de compartir la sangre, ni siquiera podría asegurar que los quiero. Pero forman parte de mi lugar seguro, de ese cofre que albergo en mi corazón y que me sostiene los pies cuando me tambaleo. Sus rostros, valga la redundancia, me resultan familiares, y su compañía, aunque sea muy de vez en cuando, me reconforta el alma.
Porque tengo la suerte de haber disfrutado de esa infancia, poblada de imperfecciones pero suficiente para sostener mi vida adulta, me siento con fuerzas para formar mi propia familia y proporcionar a mis hijos un lugar seguro al que volver cuando su vida adulta se tambalee. Y quizá también porque no tengo una visión idealizada de la familia, soy y seré capaz de aceptar a mis parientes como lo que son, desde unas expectativas realistas que, tal vez y solo tal vez, mejoren poco a poco mi experiencia sobre las relaciones familiares.
Te había escrito un comentario enorme y creo que en el justo momento de publicarlo se fue el wifi.
ResponderEliminarTe decía que en ese sentido yo soy igual, soy familiar con mi madre, mi novio y ahora con el bebé que viene en camino, pero gran parte de mi familia me importa cero y si los invito a mi boda es porque mi madre quiere.
La gente también se ha de merecer que seamos familiares con ellos.
La familia se construye, se crea a partir de aquellas personas que independientemente de la sangre que compartan o no, se ganen formar parte de tu vida, de tus días.
ResponderEliminarEspero que si tenéis un niño o una niña, formemos parte de su vida eh.
Aquí me (nos) tenéis.
Un beso para las dos.
¡Qué pena me da ese comentario tan largo! Pero bueno, al menos has tenido la paciencia de escribir otro, aunque sea más breve... Me ha gustado mucho la idea de que los demás tienen que merecerse que seamos familiares con ellos. ¡Estoy completamente de acuerdo!
ResponderEliminar¡Por supuesto que formaréis parte de su vida! Estoy deseando que empiece a existir para mandaros fotos y contaros cosas... ¡y para visitarnos! Aunque para eso no hay que esperar ;)
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