Dentro del proyecto para deshacerme del caos que estoy llevando a cabo este verano, he logrado un hito que me ha puesto especialmente contenta: comprar una caja de herramientas.
Es increíble la cantidad de cachivaches que pueden acumularse cuando una casa está llena de muebles del Ikea: tornillos sueltos, clavos, piezas de contorno inverosímil, arandelas y, por supuesto, las omnipresentes llaves Allen. Si a esto se le suman las presuntamente buenas intenciones de padre y suegro al principio de nuestra independencia, que les llevaron a endiñarnos una buena cantidad de herramientas sueltas que ellos, sospechosamente, ya no necesitaban; y los estragos de una mudanza, la cual disemina por cualquier parte tacos, escarpias, más arandelas y multitud de piezas de plástico diferentes (que una se pregunta si no pertenecerán a algo que se quedó en nuestra antigua casa)... se obtiene como resultado un montón de cajas, cajitas, bolsas y bolsitas medio llenas y medio vacías que te asaltan donde menos te lo esperas.
Así que me he pasado dos días la mar de entretenida recolectando todas las piezas que he podido encontrar (aunque no descarto que sigan apareciendo) y clasificándolas dentro de los compartimientos de nuestra nueva caja de herramientas. ¡El sueño de cualquier lesbiana...! Está bien, está bien: el sueño de cualquier lesbiana adicta al bricolaje o, como es mi caso, a ordenar cosas pequeñas :)
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