sábado, 30 de agosto de 2014

Histerosalpingografía



No podía dejar de dedicarle una entrada a la reina de las pruebas de diagnóstico: la histerosalpingografía. ¿El qué? Creo que todas las que nos la hemos hecho recordamos cuánto nos costó aprendernos el dichoso nombrecito, aunque solo fuera para poder hablar de ella. Ahí empieza el calvario; luego viene todo lo demás.

La histerosalpingografía es una radiografía del útero ("histero") y de las trompas de Falopio ("salpingo"). Como estos órganos son blandos, es necesario introducir un líquido de contraste para iluminarlos. El contraste se introduce mediante una cánula que pasa por el cuello del útero, el cual ha sido previamente localizado gracias al espéculo. En fin, toda una odisea cuando estás empezando, pero un procedimiento de rutina después, pues así es como se realizan también tanto la inseminación artificial como la transferencia de embriones.

Aunque esta prueba no está en la lista de las más básicas, muchas chicas pasamos por ella. Las razones son variadas: en mi caso, como suelo tener reglas bastante dolorosas, existe cierta sospecha de que padezca endometriosis (¡horror!). Si bien la histerosalpingografía no sirve para diagnosticar esta enfermedad, sí que permite descartar algunos de sus efectos secundarios, como la obstrucción de las trompas de Falopio (que impediría realizar una inseminación artificial exitosa) o la acumulación de tejido dentro del útero (en forma de miomas, pólipos, etc.). 

Una amiga, que estuvo en un caso parecido al mío, ya me advirtió de que si decía que mis reglas eran muy dolorosas, tendría que pasar por esta prueba. Ella conocía a otras mujeres que le habían asegurado que era más dolorosa que un parto, así que yo estaba dispuesta a intentar evitarla. Pero, cuando me vi delante de la doctora, me sentí incapaz. ¿Y si realmente tenía algún problema que esta prueba me ayudara a identificar? Así que confesé cómo, de vez en cuando, la regla me patea el útero al borde del desmayo, y la doctora me hizo el volante para la prueba.



A esta misma amiga le habían recomendado que se tomara algún tipo de tranquilizante o relajante muscular, y aunque a mí no me habían dicho nada, lo consideré un consejo de validez universal y le pedí a mi doctora de cabecera que me lo recetara. La conversación que tuve con ella fue inolvidable. 

En primer lugar, no daba crédito a que estuviera dispuesta a hacerme la prueba. Miraba el volante, negaba con la cabeza y se decía casi para sí misma: "Sí que va a ser un hijo deseado...". Cuando le pedí el tranquilizante, se quedó un rato callada, pensando. Yo creí que me iba a decir que no podía recetarme una caja entera solo para una prueba, que menuda excusa me había buscado para conseguir drogas gratis (y repartir entre las amigas) cuando no era necesario. Después de un rato que se me hizo interminable, la doctora me miró a los ojos y me dijo: "Es que no sé si va a ser suficiente". En ese momento, estuve a punto de desmayarme del miedo. ¿Qué era lo que me iban a hacer, si hasta mi doctora pretendía recetarme un relajante de caballo?

Entonces pasó a relatarme cómo lo había pasado ella aquella vez que le hicieron una histerografía. "Y solo fue una histero, lo tuyo va a ser mucho peor". Cuando una doctora te dice que una prueba médica es horrible, resulta imposible mantener la calma. Y a mí me faltaban casi dos meses para hacérmela (debe hacerse entre el octavo y el décimo día del ciclo, pero solo la hacían un día a la semana y te tenía que coincidir), así que lo pasé fatal.

Por si esto fuera poco, otra amiga nos advirtió de que a ella, al ir a hacerle la prueba tras un embarazo ectópico, le recetaron unos antibióticos para evitar una infección debido al contraste. Cuando nos enteramos, ya había ido a mi doctora de cabecera y ni ella ni la doctora de la clínica nos habían explicado nada sobre los antibióticos (pues, como descubriría después, solo son necesarios en el caso de infecciones previas). Entonces cometí el mayor error de todos: buscar en Internet información sobre el tema. 

Las descripciones sobre esta prueba que te puedes encontrar en Internet son a cada cual más terroríficas. Lo más bonito que hay para leer es "Fue peor que el parto" y "No he pasado mayor dolor en mi vida". Yo ya no sabía cómo sujetarme el pánico ni cómo imaginarme la prueba. ¿Qué te hacían? ¿Meterte una katana por la vagina y retorcerla en tu útero? Algo así debía de ser cuando hasta mi doctora me había dado su más sincero pésame.

Recuerdo que, en uno de los foros donde me metí para buscar información, una chica había escrito para comentar que había ido muy asustada a la prueba y que después no había sido para tanto, así que quería dejar constancia de que se podía pasar por una histerosalpingografía sin sufrir. En el foro la había puesto verde (!), pero desde que la leí no paraba de pensar: "Que sea como esa chica, que me pase como a ella".

Y aún faltaba el colofón final. Esta prueba no pude hacérmela por la Seguridad Social porque me faltó valor para pedirla. Con mi doctora de cabecera tengo mucha confianza, ya que ella me hizo el seguimiento durante la depresión y yo le he contado mi vida con pelos y señales. Si puede mandarme una prueba, me la manda, y si no es posible, me lo dice y ya está. En el caso de la histerosalpingografía, me la tenía que pedir el ginecólogo, y con él no fui capaz de hablar. No sé qué me pasó ese día, pero no me salía ni la voz para explicarle que necesitaba una exploración de mama, así que de la histero ni hablamos. 

La doctora de la clínica nos mandó entonces a un hospital privado, donde me dijeron que debía ponerme un enema antes de la prueba. La verdad es que yo estaba tan ofuscada que no me dio por cuestionar la necesidad de utilizarlo, cuando hacía un par de años me habían practicado una colonoscopia y pude hacérmela sin problemas tan solo siguiendo una dieta líquida. 

La noche anterior a la prueba fue uno de los momentos de mayor desesperación de todo este proceso. Había estado tan nerviosa que, por más que leí las instrucciones, no me había enterado de cuándo tenía que empezar la dieta blanda, así que aquel día comí normal y, por la noche, lo pagué. Si al dolor y la humillación del enema unimos lo absolutamente aterrada que me encontraba, obtenemos como resultado un ataque de llanto nocturno y las palabras que ni Alma ni yo esperábamos escuchar nunca saliendo de mi boca: "Ya no sé si quiero tener hijos. Me siento incapaz".

¿Es posible añadir algo más de dramatismo a esta historia? ¡Sí! ¡Lo es! Porque el día de la prueba coincidía con la fecha de mi cumpleaños. Cual heroína de una tragedia clásica, aquel día me entregué a un destino que no podía ser sino aciago hasta más no poder. Me puse un segundo enema (cuyos estragos prefiero mantener en la intimidad), me tomé la pastillita... y me dispuse a morir.

Lo único que no hice fue llevar una prueba de embarazo (necesaria porque la prueba puede provocar un aborto), por motivos evidentes que la enfermera del hospital entendió muy bien. Después de esperar dos veces la misma cola porque en medio de la fila tuve que salir disparada hacia el baño, nos sentamos en una sala de espera y al poco tiempo me llamaron. Me puse una batita de esas que se abren por detrás y me tumbé en una camilla con una máquina enorme de radiografías sobre mi pelvis. Peleamos un rato con el espéculo, la cánula ni la sentí y, llegadas al momento culminante, la doctora me advirtió: "Ahora notarás un dolor como de regla mientras introducimos el contraste". Esperó unos segundos y añadió: "Quizá como una regla fuerte". A mí me sudaban hasta las pestañas, pero me entregué al dolor.

¡Ay, amigas! ¡Qué dolor ni qué ocho cuartos! Si bien es curioso sentir cómo de pronto te inducen una regla, y aunque sientes cierto dolor, desde el momento en que la doctora empezó a decir: "Foto, foto, foto" y aquello empezó a disparar, a mí me dieron ganas de estallar en carcajadas como una loca y moverme para posar. Y es que, si mis reglas dolieran así, yo sería una persona normal y no un gusano que se arrastra penosamente una vez al mes.

Me sentí tan aliviada que por un momento se me olvidó mi otro gran terror: que después de destrozarme por dentro el día de mi cumpleaños, me anunciaran que tenía las dos trompas obstruidas y un mioma del tamaño de un hipopótamo que imposibilitara cualquier tipo de concepción. Así que me levanté de la camilla más contenta que unas castañuelas, sin que me importara estar rompiendo aguas por culpa del contraste, abandonada por completo a los efectos de las drogas. Afortunadamente, la doctora no había perdido su saber estar y se acordó de informarme: "No te preocupes, ¿vale? Está todo bien".

El terror se convirtió en una fiesta. Lo peor de las pruebas de diagnóstico había pasado, yo llevaba un pedo del quince... ¡y era mi cumpleaños! Como la chica a la que leí en el foro, a mí me pareció que la prueba no era para tanto, y no me asustaría tener que pasar por ella otra vez. Eso sí, cambiando el enema por la dieta líquida y volviendo a tomarme la pastillita, que siempre alegra, jeje.

2 comentarios:

  1. Yo nunca me la hice, pero ha habido gente que me ha hablado horrores de ella y todo lo contrario, chicas que ni se enteraron apenas.
    En cuanto a la colonoscopia, me la hicieron hace diez años sin anestesia y pedía la eutanasia!!!

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