sábado, 17 de mayo de 2014

Deshacerse del caos



Hace unas semanas descubrí un programa de la tele donde ayudaban a familias que tenían un caos enorme en su casa (montones de tonterías por todas partes, ropa tirada sobre cualquier superficie, sin espacio para pasar ni sentarse...) a deshacerse de la mayoría de sus cosas y poder retomar las riendas de su vida.

He de reconocer que este programa me ha dejado profundamente impactada. No porque en mi casa ocurra nada parecido (pequeños desastres sí que hay, tampoco voy a negarlo), sino por los motivos que conducen a la gente a perder el control sobre las cosas de esa manera. Porque en sus motivos sí que me he visto reflejada.


La mayoría de las personas que salen en el programa han sufrido pérdidas traumáticas, o bien se aferran a un pasado seguro o feliz, siendo incapaces de afrontar el presente. A mí me han llamado la atención especialmente los casos de quienes acumulan objetos de sus padres o incluso de sus abuelos ya fallecidos: tienen la casa llena de vajillas, figuritas, ropa... que no les dejan espacio para sentarse a comer con su pareja o para que sus hijos jueguen cómodamente en el suelo. También me han resultado llamativas las personas que guardan todo lo que sus hijos han utilizado alguna vez: ropa, pinturas, juguetes... No se han deshecho de una sola cosa aunque sus hijs ya se hayan emancipado e incluso aunque ellos mismos les hayan pedido que las tiren.

Estos casos me han resultado significativos porque reconozco en mí misma esa tendencia a apegarme a los objetos. Y entiendo perfectamente los motivos. Personalmente, uno de los aprendizajes más devastadores que he hecho en mi vida ha sido aquel que me ha enseñado que el apoyo, el cariño o la compañía de las personas que te rodean no es algo seguro ni puede darse por sentado. Racionalmente, esta idea parece lógica y madura, pero en mi experiencia personal es es el resultado de una serie interminable de abandonos, rupturas y traiciones que me han enseñado a desconfiar de familiares, parejas y amigos, y han enrarecido, en general, mis relaciones sociales.

Cuando una persona que ha formado parte de tu vida deja de estar presente en ella, se lleva un trocito de ti. Ese trocito que habíais compartido y construido juntas, y que, sin ella, es imposible reconstruir en su totalidad. Tu experiencia vital, tus recuerdos, también son trastocados. ¿Fue aquello una amistad verdadera? Las muestras de cariño, ¿tenían una segunda intención? ¿Desde cuando aquella relación era tan condicional? Tu persona, tu pasado, empiezan a llenarse de agujeros, a verse roídos por los fantasmas de la duda y el dolor.

Frente a esta experiencia tan demoledora, están los objetos. Tu juguete de la infancia, la camiseta que llevabas cuando eras una quinceañera, esa mochila que te acompañó el día que empezaste a trabajar... Nada de ello va a dejar de hablarte, ni a desaparecer de un día para otro, ni a dejarte sola cuando más lo necesites. Si lo metes en un cajón, seguirá en el cajón para siempre, proporcionándote un sucedáneo de la seguridad que otras personas han ayudado a destruir y que tú ya no eres capaz de encontrar en tu interior. En esas circunstancias, es muy difícil deshacerse de ningún objeto.

En el programa, sin embargo, intentan que las personas comprendan que, aferrándose en exceso al pasado, no dejan espacio para vivir el presente. Un presente en el que, en la mayoría de los casos, no hay abandono, ni ruptura, ni tristeza más allá de la que provoca el propio miedo, el eterno estrés postraumático que no te permite disfrutar de la belleza del presente. Muchas de las protagonistas del programa viven en una casa hermosa, con una pareja que las quiere incluso por encima de su caos interno y externo, rodeadas de unos hijos deseosos de dar y recibir cariño y atención. Cuando consiguen abrir los ojos a la abundancia emocional de su presente, logran también desprenderse del horror vacui que las mantenía atrapadas y mandan a tomar viento casi todos sus objetos.

Siempre que veo este programa, me dan ganas de salir corriendo a revisar armarios y cajones para deshacerme de todo lo que no utilice, de los apegos absurdos que pueden estar saturando mi presente. Así que, después de varias semanas planeando la puesta a punto de algunos de mis desastres, esta mañana me he decidido a empezar. Hace ya tiempo que reconocí en mí este mecanismo mental, pero verlo en la tele llevado a su máxima expresión me ha provocado una catarsis que ya no tiene marcha atrás. 

Mucho más en un momento de mi vida en que estoy deseosa de desalojar los recuerdos inútiles de las personas que se fueron, para dejar un hueco enorme dispuesto a recibir la plenitud de los momentos compartidos con aquellas que vendrán.

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