lunes, 29 de abril de 2019

Expediente paralizado

Tips para optimizar tu tiempo

A pesar de haber sido convocadas a la reunión informativa, no podíamos seguir el proceso de adopción nacional hasta que nuestra hija cumpliese su primer año, así que tuvimos que paralizar el expediente de manera obligatoria. No obstante, junto con la solicitud de paralización, entregamos también los cuestionarios que tienen que rellenar quienes continúan adelante.

Si la convocatoria para la reunión informativa me puso el corazón en la boca y la información que recibimos aquel día me dejó catatónica, rellenar estos cuestionarios no se quedó corto en cuanto a sacudidas emocionales se refiere. Teníamos diez días para entregar los papeles, y aunque estábamos de vacaciones, a mí me costó muchísimo encontrar los momentos para enfrentarme al dichoso cuadernillo repleto de preguntas.

Qué puedo decir. Después de la sobrexposición que implican tres años y medio de reproducción asistida y un embarazo, no me apetecía. Si bien ya no se trataba de poner el cuerpo, sí había que poner todo lo demás: familia, valores, economía, historia personal... Desde un punto de vista racional, se trata de un proceso impecable: ¡qué menos, para todo lo que implica una adopción! Pero, desde la humildad de mis emociones, me resultaba agotador.

No todas las preguntas eran difíciles. Y algunas, aunque complicadas, me emocionaban, como las que trataban sobre las motivaciones para adoptar. Las que me hundieron fueron aquellas que preguntaban sobre mi propia familia, y eso que estaban formuladas de manera muy abierta: "¿Cómo es la relación con tus padres? ¿Y con tus hermanos?".

Lo que yo sentí al leerlas, sin embargo, fue una bofetada en toda la cara: no había podido ofrecerle un cuerpo sano a mis hijos gestados, y ahora tampoco podía ofrecerle una familia sana a mi hijo adoptado. Sentía que, por dentro y por fuera, todo lo que yo podía ofrecer estaba podrido. Me sentía el último mono para la maternidad. Una anti-madre jodidamente perfecta.

Puede que suene exagerado y puede que lo sea, pero esas eran mis emociones en aquel momento. El pensamiento de volver a ser insuficiente, de tener que hablar de la homofobia de mis padres y de la relación kafkiana que mantengo con mi hermano, me agotaban completamente. Todo mi cuerpo me imploraba: "¡Otra vez, no, por favor! Otra vez exponerse hasta la última célula... ¡no!".

Aun así, encontré las palabras para, en apenas tres líneas, dejar la puerta entreabierta para futuras conversaciones. Porque, a pesar de todo el rechazo que se me agolpaba en la garganta, también se alzaba en mi interior una voz, cada día más contundente, que me decía: "Eres suficiente". Una voz que me recordaba que yo no soy responsable de padecer una enfermedad autoinmune o una familia disfuncional, solo de cómo, dentro de mis posibilidades, me he enfrentado y enfrento a todo ello. Que eso es lo que tengo para ofrecer. Y que tiene que ser suficiente. Que incluso puede ser bueno.

lunes, 22 de abril de 2019

Un nuevo bebé arcoíris

Acabo de saber que una de mis amigas está embarazada. La noticia, absolutamente inesperada, me ha colmado de alegría. Y no es para menos: un nuevo bebé arcoíris está en camino, y eso solo puede ser bueno.

Mi amiga llevaba intentando tener un segundo hijo desde antes de que yo empezara con los tratamientos. Al principio se lo tomó con calma, incluso cuando se cumplió el primer año de búsqueda. Después vinieron los abortos. Hubo también un ectópico por el que casi pierde la vida, al reventarle la trompa y sufrir una hemorragia interna. Todavía se me ponen los pelos de punta cuando recuerdo su relato de cómo perdió el conocimiento, justo después de que hubiera llegado su hermana  para quedarse con el niño, tras una llamada desesperada de auxilio. Y cómo, unos minutos más tarde, un médico la hizo volver en sí a bofetadas.

Luego empezaron las consultas, las ofertas de in vitro, su rechazo a cualquier intervención que considerara innecesaria porque ella se quedaba embarazada. Más tiempo, más fracasos, un hijo que crecía y ella empeñada en mantener la calma. Al final, una visita a Inmunología de la que salió con diagnóstico y tratamiento similares a los míos. Lo supe cuando yo ya estaba embarazada, y estuve segura de que su calvario también había terminado.

La última vez que la pregunté, sin embargo, me dijo que se negaba. Que no iba a medicarse cada mes solo por si acaso. Y entonces supe que se había rendido. No hizo falta que me dijera nada más: entendí que había encontrado un límite que no quería sobrepasar. Es posible que ni siquiera se lo hubiera dicho a sí misma, que todavía intentara engañarse acerca de su situación. Así funcionamos los seres humanos. Y como yo también sé algo de todo eso, acepté que mi amiga no tendría más hijos, que los límites están para respetarlos, que su hijo terminaría de criarse como hijo único, y que estaba bien.

Pero el deseo de ser madre arrasa con todos los límites. Es un animal que aúlla desde el rincón más profundo de tu cuerpo, un impulso que se alimenta del anhelo de toda la especie, y le da igual tu razón y tus cálculos y los acuerdos a los que hayas llegado contigo misma, porque no está ahí para respetar tu equilibrio sino para hacerlo saltar por los aires y cumplir con su propio objetivo.

Cuando le pregunté a mi amiga cómo es que este embarazo sí había salido para adelante, simplemente me dijo: "Con heparina". En ese momento podía haberle dicho mil cosas, pero sonreí y me callé, porque me hice una idea del proceso por el que había pasado. Todo ese duelo de negación, de calma, de rechazo... Y al final, un dolor agudo que no te deja respirar, el tiempo que se acelera, que parece acabarse mañana mismo, esas negociaciones rápidas en tu cabeza. Y la aceptación que llega en forma de oportunidad, porque cómo no vas a dársela.

Su oportunidad ya ha sobrepasado el ecuador de la gestación, después de molerla a vómitos hasta hace bien poco y a patadas que no dejan lugar a dudas de su buen estado de salud desde entonces. ¡Qué puedo decir! Así son los embarazos con heparina: intensos donde los haya.

Mientras me contaba cómo planeaba su llegada, me explicó que apenas tenía que comprar nada: todas las cosas que había utilizado su hijo mayor estaban guardadas en el trastero. Ahí pensé que quizás me había equivocado al valorar sus decisiones. Que, a veces, cuando parece que nos rendimos, solo estamos ralentizando nuestro ritmo para acumular energía y coger impulso. Porque la esperanza es lo último que se pierde. Y es muy, muy poderosa.

¡Ay, pequeña! ¡Qué ganas tengo de conocerte! Qué ganas de sostenerte en mis brazos y contarte con una caricia cuánto te hemos esperado. Qué ganas de inundarme de esa paz que los bebés arcoíris traéis con vosotros porque, aunque la mayoría de los nacimientos sean bienvenidos, los vuestros son muy especiales. Porque ilumináis los rincones oscuros de tristeza, porque renováis nuestra confianza en la existencia, porque vuestra vida le gana una batalla a la muerte.

Bienvenida :)