Recibir el diagnóstico de diabetes gestacional fue para mí como un descenso a los infiernos. Me pasé tres días mirando a la pared, catatótica; planteándome, por primera vez, si al buscar con tanto ahínco el embarazo no me habría equivocado. Después de tanto años en el empeño (no solo los pasados en reproducción asistida, sino también todos los anteriores), la mera sugerencia de haber cometido un error de ese calibre me resultó devastadora.
De pronto, me vi obligada a asumir que el embarazo le sentaba a mi cuerpo como un tiro. El pobre se había resistido con todas sus fuerzas a la implantación de los embriones, poniendo en guardia al sistema inmune y coagulándose como si no hubiera un mañana. Una vez forzado a aceptar lo inaceptable, había empezado a hacer aguas, comenzando por un páncreas que se declaraba incapaz de soportar la carga metabólica extra que le habían endiñado.
Estos eran mis pensamientos en aquellos días. Pero, entonces, como una estrella que titila en la distancia, se me ocurrió la feliz idea de establecer una analogía entre mi situación y la de otras personas que también podrían empeñarse en llevar su cuerpo a un extremo para el que, en apariencia, no estaba preparado.
¿Qué le diría yo a un ciego cuya mayor ilusión en la vida fuera convertirse en escritor? ¿Sería algo parecido a: "Joder, ¿no tienes otra cosa con la que entretenerte? Es que pareces masoca, tío. Puedes dedicar tu vida a millones de cosas, no te empeñes en la más difícil, porque es evidente que tu cuerpo no está hecho para eso"?
Y si la persona en cuestión careciera de miembros inferiores, ¿la disuadiría de practicar deportes tales como la natación, el atletismo o incluso el fútbol? ¿Le diría algo como: "Venga ya, hombre, bastante tienes con poder desplazarte en tu silla de ruedas, con acceder a uno de cada cinco bares para reunirte en él con tus amigos, con tener amigos incluso. No quieras ir más allá de lo que tu cuerpo te permite, ten la humildad de aceptar sus limitaciones, que hace un par de siglos te habrían dejado morir en una esquina"?
No, nunca les diría eso. Yo los animaría a intentar superarse, a dejar a un lado la obviedad de sus limitaciones y centrarse en desarrollar sus potencialidades. Porque, como cualquier otra persona, las tienen, y son muchas. La voluntad no puede obrar milagros, pero sí es capaz de abrir caminos donde antes solo había muros infranqueables.
"Busca los apoyos necesarios", les diría. Busca las prótesis, la asistencia técnica. Busca las alternativas en tu propio cuerpo. Busca quien te apoye, quien crea, como tú, en lo imposible. Y no te rindas, sobre todo, no renuncies. Porque renunciar es morir en vida. Intentarlo, aunque se consiga solo un poquito, aunque no se ganen medallas olímpicas ni se publique ningún libro, ya merece la pena. Intentarlo con todas tus fuerzas, independientemente del resultado, será un triunfo íntimo, una sonrisa satisfecha que te acompañará el resto de tu vida.
Esa fue la idea que me salvó. Entender que, a pesar de mis muchas limitaciones, todavía puedo superarme. Que puedo buscar el apoyo, la asistencia. Que tengo derecho a intentarlo con todas mis fuerzas. Que puedo llegar a conseguirlo, aunque sea de una manera imperfecta. Que yo también puedo andar el camino, aunque sea un camino alternativo. Que puedo cruzar la meta, aunque no llegue la primera.
Mi discapacidad es química. Mis prótesis son inyecciones, mis asistencias son pastillas. Mi embarazo no es perfecto, pero está siendo. Y, a pesar de las dificultades, estoy disfrutándolo como un triunfo íntimo, con una sonrisa satisfecha que me acompañará el resto de mi vida.
Me ha encantado la comparación! Claro que sí, a intentar superar nuestras limitaciones día a día!
ResponderEliminarHermosa entrada. Brindo por esa tenacidad y porque el deseo permanece vivo. Un abrazo enorme y desde acá rezo para que todo salga bien.
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