Hace unos días tuve mi última consulta con la endocrina. Según sus propias palabras, tanto mis glucemias como el aumento de peso son "perfectos", propios de una mujer que no tuviera diabetes. "Pero la prueba de la glucosa te salió mal, así que eres diabética". Durante el resto del embarazo, me controlarán las enfermeras y, tres meses después de dar a luz, tendré que repetirme la dichosa prueba para que "nos aseguremos" de que todo ha regresado a la normalidad.
Cuando se lo conté a Alma, ella dio voz a los pensamientos que invadieron mi mente al saber que la "normalidad" implicaba una prueba de glucosa "normal":
–Pero... ¡te va a volver a salir mal! ¡Te van a decir que eres diabética!
Como ya expliqué en su momento, mis pruebas de glucosa salieron MAL con mayúsculas. Yo no soy de las que se pasaron "por poco" de los límites: yo reventé el concepto mismo de límite; por lo que estoy absolutamente segura de que no se trata solo del embarazo, sino del funcionamiento de mi páncreas en general. Así me lo hizo saber también una de las enfermeras de Endocrinología: mi páncreas no tolera la entrada masiva de glucosa en mi organismo, ni durante el embarazo, ni fuera de él. Así que me estoy haciendo a la idea de que pronto obtendré la etiqueta de diábética, sin apellidos.
Pero, ¿qué significa ser diabética? Después de recibir el diagnóstico, cuando empecé a recuperarme del golpe y me volvieron las fuerzas, estuve investigando un poco sobre el Test O'Sullivan. Y lo que encontré me gustó bastante. Porque resulta que no somos solo las embarazadas a quienes nos sienta mal esta prueba las que tenemos una perspectiva crítica sobre ella, sino que dicha perspectiva también existe entre los profesionales de la salud.
Una de las críticas que se le hacen a este test es el hecho de que se diagnostique una enfermedad basándose en un escenario creado de manera artificial que apenas tiene correspondencia con la vida real. Es decir, que nuestro páncreas nunca se va a tener que enfrentar a la ingesta masiva de glucosa tras un ayuno prolongado, puesto que no comemos así. De hecho, existen alternativas a la prueba, como hacerla tras un desayuno copioso que contenga diferentes grupos de alimentos; o también monitorizar las glucemias durante el periodo de tiempo que se estime oportuno. Es verdad que estas alternativas no permiten estandarizar los resultados, ya que no se controla la cantidad exacta de glucosa que se ingiere. Pero sí que demuestran, sobre todo en el segundo caso, cuál es el funcionamiento real del páncreas.
En este sentido, yo me pregunto cuál habría sido mi diagnóstico si viviera en un país donde, por ejemplo, se monitorizaran las glucemias en vez de realizar el Test O'Sullivan. Por pura curiosidad, he hecho las medias de mis glucemias desde que las mido dos veces por semana, y los resultados son los siguientes:
Haz clic en la imagen para ampliarla. |
Además, de todas las glucemias, un 35% está por debajo de 70 (es decir, que son hipoglucemias), mientras que solo un 2,5% se encuentra por encima de 95 (el máximo antes de las comidas) o 120 (el máximo después de las comidas, que sube a 140 tras la cena, porque las mido una hora después para poder acostarme temprano).
Por supuesto, estas glucemias se enmarcan dentro de una dieta en la que no se incluye nada de azúcar y los hidratos de carbono complejos están repartidos a lo largo del día (no diré restringidos, porque solo lo están en apariencia: en cada comida no puedes pasarte de una cantidad determinada, pero si sumas todos los del día, resulta un auténtico atiborre). No obstante, se trata de una contexto más que suficiente para que mi páncreas se comporte como si no tuviera ningún problema; si bien es verdad que, en las contadas ocasiones en que me ha desviado mucho de la dieta, lo he notado (definitivamente, ponerse hasta las cejas de judías pintas con arroz no es una opción).
En cualquier caso, aunque considere que el dichoso O'Sullivan es más un atentado contra la salud que una prueba fiable, y aunque mis glucemias no se parezcan en nada a las de una persona diabética, no cuestiono la realidad: la mayor parte de las embarazadas salen airosas de esta prueba y a mí casi me revienta por dentro. Mi páncreas no tiene un funcionamiento normal y yo soy consciente de ello: como he dicho en otras ocasiones, por eso tengo SOP; de lo contrario, no lo tendría.
Por tanto, si ser diabética significa esto, que mi páncreas no soporta el azúcar y que debo eliminarlo de mi dieta, a la vez que equilibro la ingesta de hidratos de carbono... pues tampoco es ninguna novedad. Nunca lo había visto en cifras, pero los estragos que provoca en mi cuerpo los tenía yo medidos de otras maneras. Por ejemplo, una vez estuve en una comida campestre y me pimplé yo sola una botella de refresco. Bueno, pues al día siguiente me levanté con la cara arrasada de granos. También en este embarazo, cuando empecé a tomarme las cuatro galletitas maría de la merienda, sufrí un brote de acné que me traía por la calle de la amargura. Fue sustituirlas por galletas sin azúcar y disfrutar de una cutis por el que habría matado durante los últimos doce años. Así que no, sorpresa ninguna.
De hecho, si ser diabética oficial me da la fuerza que a veces me falta para resistirme a algunos dulces e implica un mejor cuidado de mi salud en todos los sentidos... pues bienvenido sea. No es que me haga una ilusión particular tener que ir a revisiones o controles frecuentes (aunque tampoco sé muy bien cómo va), pero ir rebotando de Ginecología a Dermatología durante más de una década, sin diagnóstico y sin solución a mis problemas, tampoco era ninguna bicoca.
Tal y como comentamos muchas veces la enfermera de Endrocrinología y yo, la dieta que sigo es una dieta saludable, sin restricciones importantes (más bien con racionalizaciones importantes), de la que la mayor parte de la población se beneficiaría. Porque el azúcar no es bueno, no solo jode el páncreas, aunque este es un tema que daría para otras entradas. En ese contexto, además, no necesitaría otros cuidados médicos: ya me dijo la endocrina que ni siquiera me recomendaba la metformina para mi vida cotidiana, aunque si quería volver a quedarme embarazada, no le parecía mal que la utilizara para mejorar mis posibilidades.
Lo que me molesta de esta situación, con lo que no termino de estar de acuerdo, es el hecho de que se me diagnostique de diabetes en vez de explicar mi cuadro a partir del SOP. Porque eso implica, de nuevo, volver a infravalorar ese diagnóstico y la propia enfermedad, seguir obviando sus consecuencias y dejar sin tratamiento muchos de los síntomas que conlleva.
Mientras los médicos sigan considerando que el SOP es una enfermedad de gordas histéricas sin apenas consecuencias, las mujeres que lo sufrimos seguiremos viendo cómo nuestra calidad de vida disminuye y acaba derivando en enfermedades "serias" que podrían haberse evitado. La infertilidad, el sobrepeso, el acné, la alopecia y la depresión (que a mí me parece una consecuencia obvia de lo anterior) se seguirán valorando como achaques independientes sin ninguna gravedad, y cuando la falta de cuidados nos produzca diabetes de la chunga o problemas cardiovasculares, los médicos seguirán sin ver el cuadro completo y sin ofrecernos, por tanto, el tratamiento interdisciplinar que requerimos.
Así que lo que me importa ahora no es que me diagnostiquen o no de diabetes, sino saberme obligada a continuar, quién sabe durante cuánto tiempo, la desoladora batalla por el SOP.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Muchas GRACIAS por vuestros comentarios!