Al final, resultó que el protocolo de nuestra clínica incluía tres ecografías gestacionales. No fue algo que nos comentaran explícitamente, solo nos iban citando de semana en semana. Yo creía que, en cuanto escucháramos claramente el latido (algo que ocurrió en la segunda ecografía), nos darían el alta; pero no fue así. En cualquier caso, a mí me pareció estupendo, porque de esta manera hemos podido ver a nuestro pequeño un montón de veces y vigilar su desarrollo en las semanas más delicadas: de la seis a la ocho.
A esta tercera ecografía fuimos bastante tranquilas. Creo que siempre vamos a sentir miedo en el último momento, porque somos muy conscientes de que pueden darnos una mala noticia. Pero la experiencia de la última vez nos dio ánimos para enfrentarnos a las siguientes con un poquito más de confianza.
En esta ocasión, además, todo fueron buenas noticias. Tanto el saco como el propio embrión habían crecido bastante, mientras que el segundo saquito se había quedado prácticamente estancado. La doctora se detuvo a enseñarnos un sinfín de detalles: la bolsa de líquido amniótico rodeando al embrión, el cordón umbilical, la vesícula vitelina en retroceso ante la actividad de la placenta... Fue increíble ver todo aquello en la pantalla, la verdad es que el ecógrafo tenía una resolución bastante buena.
Lo mejor, por supuesto, fue ver a nuestro pequeño. ¡Estaba tan grande, tan definido...! Confieso que ni entonces ni ahora doy crédito a la idea de estar albergando un ser en mi interior. ¡Se me hace tan extraño...! Para mí, es como si viviera en la pantalla del ecógrafo, como una especie de tamagochi al que alimentan y cuidan en la clínica, y al que nosotras, de vez en cuando, vamos a visitar.
De nuevo, escuchamos el latido de su corazón, más contundente si cabe que en la ecografía anterior. Por si todo esto fuera poco, la doctora tuvo el detalle de regalarnos otro momento mágico: me dio unos golpecitos en la tripa (yo flipé bastante, porque no sabía qué estaba haciendo)... ¡y el pequeño empezó a moverse! Alma y yo nos quedamos con la boca abierta, porque no sabíamos que los embriones podían moverse tan pronto (aunque después leímos que eran espasmos nerviosos, no movimientos voluntarios). En cualquier caso, ¡fue precioso! Hasta la enfermera dejó lo que estaba haciendo para asomarse a la pantalla y disfrutar del espectáculo.
Después de la exploración, nos entregaron varios informes: el del propio tratamiento, uno con información sobre los donantes (grupo sanguíneo, color de pelo y piel, altura, raza y constitución de ambos; y la edad de la mujer) y el informe de esta última ecografía. También nos dieron una hoja para rellenar una estadística con el resultado final del embarazo. Entonces llegó el momento de la despedida: hubo besos y abrazos emocionados, reiteración de enhorabuenas y la petición de que fuéramos a visitarles con nuestro pequeño cuando hubiera nacido.
Al salir de la clínica, nosotras también nos abrazamos. Ahora sí que habíamos alcanzado un hito con mayúsculas, ahora sí que estábamos estrenando una experiencia completamente nueva. Según nos fuimos alejando, empezamos a tomar conciencia de que, tal vez, nunca más tendríamos que recorrer el camino inverso. De que, en el mejor de los mundos posibles, se habían acabado las clínicas de reproducción asistida.
Que maravilloso poder leer tanta felicidad entre lineas!! Me encanta la ecografia , yo a la mía le llamaba Casper y así nos dirigíamos a ella hasta que le pusimos su nombre.
ResponderEliminarPor cierto, mira tu correo
Me alegro mucho de leerte y de ver a ese cachito de vida que, seguro, será precioso.Un abrazo
ResponderEliminarNúria
¡Me encanta la eco! Enhorabuena pareja
ResponderEliminar¡Muchas gracias, chicas!
ResponderEliminarQué bueno lo de "Casper", Huro, cómo me he reído... Desde luego que parece un fantasmita ;)