En la última visita a la clínica, la doctora me explicó cómo dejar la progesterona: un proceso que, según ella, debía empezar inmediatamente.
Para este tratamiento, llevaba una dosis de 600 mg. diarios, repartida en tres "tomas" de 200 mg. cada una. A mí me parece que es una cantidad bastante alta para tratarse de un ciclo natural, pero es la que prescriben en esta clínica y la que he utilizado en los dos tratamientos que he hecho con ellos.
En la clínica anterior, solo prescribían 600 mg. cuando se trataba de un ciclo sustituido de FIV (es decir, el que se hace después de la punción), porque se suponía que, al haber simulado una especie de menopausia mediante la nafarelina, el cuerpo no la producía por sí misma. En las transferencias en ciclo natural, sin embargo, llevé 400 mg.; y en las inseminaciones, 200 mg.
La doctora me explicó que dejaría la progesterona en dos semanas: durante la primera, ya no me pondría los 200 mg. del mediodía; en la segunda, quitaría los de la mañana; y empezaría la tercera sin medicación.
Cuando terminó, a mí se me había llenado la frente del sudorcillo frío que genera el miedo:
—Y esto... ¿cuándo empezaría?
—Hoy mismo.
—¿¿Hoy??
—¡Claro! ¿No has visto al embrión en la ecografía, que bien está, con su placenta y todo? ¡Ya no la necesitas!
—...
—...
—Qué miedo, ¿no?
El caso es que "hoy mismo" yo estaba de 8+4 semanas y se me hacía muy pronto. Siempre me había imaginado que llevaría la progesterona, al menos, hasta la semana doce; aunque también es verdad que nunca había llegado al momento de que me explicaran cómo dejarla, pues hasta ahora siempre la había dejado de golpe, ante un negativo o un aborto.
Lo cierto es que las razones de la doctora eran impecables. Como ella misma nos había explicado durante la ecografía, el cordón umbilical del embrión ya estaba bien formado y la placenta había empezado a funcionar; por eso mismo, la vesícula vitelina estaba más pequeña, ya que su función había terminado. Cuando la placenta "se hace cargo" del embarazo, el cuerpo lúteo que hay en nuestro ovario empieza a desaparecer, y con ello, la producción de progesterona que llevaba a cabo. Por tanto, y a partir de ese momento, ya no es necesario "apoyar" su función mediante un suplemento de progesterona, que, poco a poco, se puede retirar.
Esa es la explicación racional. Pero, en mi cerebro, yo solo oía: "Miedo-miedo-miedo-es demasiado pronto-miedo". Así que me pasé el calendario de la doctora por el forro y decidí empezar con el proceso cuando cumpliera las nueve semanas. ¡Lo sé! Fueron solo tres días de rebeldía, pero a mí me sentaron fenomenal (!).
Los primeros días entré en un estado de alerta permanente. Volví a la psicosis de los sangrados del principio del embarazo y esperaba encontrarme con la sorpresa en cualquier momento. Pero no ocurrió. Ni la primera semana, ni la segunda, ni la tercera. A pesar de ello, yo seguía asustada, y cada vez que me tocaba bajar la dosis, me planteaba alternativas.
Una de las que barajé fue la de duplicar cada semana, es decir, pasarme quince días con 400 mg. y quince con 200 mg., para así alargar la medicación hasta el final del primer trimestre. Estuve a punto de hacerlo, pero al final decidí que, mientras no me encontrara con ningún contratiempo, lo haría como me había prescrito la doctora. Al fin y al cabo, si el protocolo diera problemas, ya lo habrían cambiado.
Por otra parte, quien se haya puesto progesterona sabe la plasta inmunda que genera, y más en estas cantidades. Así que, muy a mi pesar, debo reconocer que ir bajando la dosis fue un alivio en lo que a higiene y comodidad se refiere. Mucho más teniendo en cuenta que estamos en verano, y que cada vez que me ponía un bañador, aquello acababa de muy malas maneras. Da igual cuánto te laves antes: de ahí sigue saliendo plasta durante muuucho tiempo.
A mi favor diré que el miedo a dejar la progesterona forma parte de la dependencia alienante que te crea este medicamento. En mi opinión, su uso indiscutible en reproducción asistida acaba convenciéndonos a quienes la utilizamos de que nuestro cuerpo la necesita, de que no somos capaces de llevar un embarazo adelante sin su presencia.
Como ya expliqué en otra ocasión, creo que la necesidad de utilizar suplementos de progesterona debería comprobarse en cada paciente (algo que forma parte de los estudios de infertilidad en otros países y que se realiza mediante un análisis en la segunda parte del ciclo menstrual), para poder ajustar la dosis a las necesidades reales de cada mujer, llegando incluso a eliminarla. Porque, insisto, si tan buena es, ¿por qué no se la recetan a todas las mujeres? ¿Por qué, de hecho, las mujeres que no están en reproducción asistida se encuentran con tantos problemas para conseguirla?
Pero no seré yo quien se queje de sobremedicación a estas alturas. Mi experiencia reproductiva me obliga a asentir, medicarme y callar. La buena noticia es que ya puedo dar por superada una nueva fase del embarazo, y que, por primera vez, mi cuerpo sostiene otra vida sin la necesidad de utilizar progesterona :)
Para este tratamiento, llevaba una dosis de 600 mg. diarios, repartida en tres "tomas" de 200 mg. cada una. A mí me parece que es una cantidad bastante alta para tratarse de un ciclo natural, pero es la que prescriben en esta clínica y la que he utilizado en los dos tratamientos que he hecho con ellos.
En la clínica anterior, solo prescribían 600 mg. cuando se trataba de un ciclo sustituido de FIV (es decir, el que se hace después de la punción), porque se suponía que, al haber simulado una especie de menopausia mediante la nafarelina, el cuerpo no la producía por sí misma. En las transferencias en ciclo natural, sin embargo, llevé 400 mg.; y en las inseminaciones, 200 mg.
La doctora me explicó que dejaría la progesterona en dos semanas: durante la primera, ya no me pondría los 200 mg. del mediodía; en la segunda, quitaría los de la mañana; y empezaría la tercera sin medicación.
Cuando terminó, a mí se me había llenado la frente del sudorcillo frío que genera el miedo:
—Y esto... ¿cuándo empezaría?
—Hoy mismo.
—¿¿Hoy??
—¡Claro! ¿No has visto al embrión en la ecografía, que bien está, con su placenta y todo? ¡Ya no la necesitas!
—...
—...
—Qué miedo, ¿no?
El caso es que "hoy mismo" yo estaba de 8+4 semanas y se me hacía muy pronto. Siempre me había imaginado que llevaría la progesterona, al menos, hasta la semana doce; aunque también es verdad que nunca había llegado al momento de que me explicaran cómo dejarla, pues hasta ahora siempre la había dejado de golpe, ante un negativo o un aborto.
Lo cierto es que las razones de la doctora eran impecables. Como ella misma nos había explicado durante la ecografía, el cordón umbilical del embrión ya estaba bien formado y la placenta había empezado a funcionar; por eso mismo, la vesícula vitelina estaba más pequeña, ya que su función había terminado. Cuando la placenta "se hace cargo" del embarazo, el cuerpo lúteo que hay en nuestro ovario empieza a desaparecer, y con ello, la producción de progesterona que llevaba a cabo. Por tanto, y a partir de ese momento, ya no es necesario "apoyar" su función mediante un suplemento de progesterona, que, poco a poco, se puede retirar.
Esa es la explicación racional. Pero, en mi cerebro, yo solo oía: "Miedo-miedo-miedo-es demasiado pronto-miedo". Así que me pasé el calendario de la doctora por el forro y decidí empezar con el proceso cuando cumpliera las nueve semanas. ¡Lo sé! Fueron solo tres días de rebeldía, pero a mí me sentaron fenomenal (!).
Los primeros días entré en un estado de alerta permanente. Volví a la psicosis de los sangrados del principio del embarazo y esperaba encontrarme con la sorpresa en cualquier momento. Pero no ocurrió. Ni la primera semana, ni la segunda, ni la tercera. A pesar de ello, yo seguía asustada, y cada vez que me tocaba bajar la dosis, me planteaba alternativas.
Una de las que barajé fue la de duplicar cada semana, es decir, pasarme quince días con 400 mg. y quince con 200 mg., para así alargar la medicación hasta el final del primer trimestre. Estuve a punto de hacerlo, pero al final decidí que, mientras no me encontrara con ningún contratiempo, lo haría como me había prescrito la doctora. Al fin y al cabo, si el protocolo diera problemas, ya lo habrían cambiado.
Por otra parte, quien se haya puesto progesterona sabe la plasta inmunda que genera, y más en estas cantidades. Así que, muy a mi pesar, debo reconocer que ir bajando la dosis fue un alivio en lo que a higiene y comodidad se refiere. Mucho más teniendo en cuenta que estamos en verano, y que cada vez que me ponía un bañador, aquello acababa de muy malas maneras. Da igual cuánto te laves antes: de ahí sigue saliendo plasta durante muuucho tiempo.
A mi favor diré que el miedo a dejar la progesterona forma parte de la dependencia alienante que te crea este medicamento. En mi opinión, su uso indiscutible en reproducción asistida acaba convenciéndonos a quienes la utilizamos de que nuestro cuerpo la necesita, de que no somos capaces de llevar un embarazo adelante sin su presencia.
Como ya expliqué en otra ocasión, creo que la necesidad de utilizar suplementos de progesterona debería comprobarse en cada paciente (algo que forma parte de los estudios de infertilidad en otros países y que se realiza mediante un análisis en la segunda parte del ciclo menstrual), para poder ajustar la dosis a las necesidades reales de cada mujer, llegando incluso a eliminarla. Porque, insisto, si tan buena es, ¿por qué no se la recetan a todas las mujeres? ¿Por qué, de hecho, las mujeres que no están en reproducción asistida se encuentran con tantos problemas para conseguirla?
Pero no seré yo quien se queje de sobremedicación a estas alturas. Mi experiencia reproductiva me obliga a asentir, medicarme y callar. La buena noticia es que ya puedo dar por superada una nueva fase del embarazo, y que, por primera vez, mi cuerpo sostiene otra vida sin la necesidad de utilizar progesterona :)
Viva la rebeldía y la progesterona!! Debo confesar que a mi también me dio miedo quitarla . Sentía que era como tu dices muy pronto pero mi miedo era mayor si no seguía el dictamen de la doctora ( veamos, si no la hago caso y esto se va al carajo no podré vivir con ello!! ) por lo que me la quité. Y ocurrió que compré un papel higiénico precioso con manchitas rosas y al limpiarme un día creí ver sangre ( era el puñetero papel!!) Casi me da, pero bueno lo solucione comprando desde entonces papel blanco sin detalle alguno. jaja
ResponderEliminarBesos
¡Yo también tengo un papel higiénico con manchitas rosas! Y qué de sustos me pega, el jodío... ;)
ResponderEliminar