En nuestra clínica tienen un protocolo diferente a otras en lo que respecta a la atención del embarazo. Como ya expliqué, la beta te la hacen catorce días después de la transferencia embrionaria, independientemente de los días que tuvieran los embriones: algo con lo que no estoy de acuerdo porque me parece que prolongan innecesariamente la betaespera. A cambio, acortan la ecoespera haciéndote dos ecografías: la primera, una semana después de la beta; y la segunda, dos semanas después. Con esto sí que estoy de acuerdo, claro: te permite descartar de manera temprana un embarazo ectópico, la ecoespera se hace más corta y conlleva el privilegio de ver dos veces tu embarazo nada más empezar.
Así que nuestra primera ecografía llegó muy pronto. La idea, como digo, era comprobar que el embarazo se estuviera desarrollando en el útero y que lo estuviera haciendo bien. En nuestro caso, además, había que comprobar cuántos saquitos embrionarios había, puesto que, con la beta tan alta que habíamos obtenido, no se podía descartar un embarazo múltiple.
A pesar de lo bien que está empezando este embarazo, admito que me enfrenté a la ecografía con un sentimiento de intensa tristeza. No podía evitar los recuerdos de mi primer embarazo, que también parecía ir muy bien hasta que fuimos a la primera ecografía y, donde teníamos que haber visto un embrión con latido, solo apareció un saco vacío. Nunca llegamos a superar esa etapa: repetimos la ecografía una semana después y el embrión ya fue visible, pero su latido era muy lento. Después de varios episodios de sangrados, visitas a urgencias y una baja laboral, nos confirmaron que el latido había cesado una semana más tarde.
Por supuesto que siento miedo a que algo así se repita; pero la tristeza de estos días atrás era incluso más intensa que el miedo. Tristeza por lo que sí pasó, tristeza por lo que sí perdí. Mi primer embarazo, el único que he vivido llena de inocencia, esperanza, alegría. Mi primer embrión, un embrión que llevaba mis genes, a quien me vinculé de manera inmediata e intensa, con quien mantuve una relación breve pero muy hermosa. El embrión que me enseñó el milagro de la vida, el mismo embrión que me enseñó a enfrentarme a la muerte.
Sé que este sentimiento de tristeza no forma parte de un duelo incompleto, pero comprendo la inevitabilidad de los recuerdos. Además, en estas primeras semanas de embarazo estoy entendiendo que tengo mucho que llorar, mucha tristeza acumulada, mucho miedo y mucha frustración que debo ir aliviando para poder llenarme de las emociones positivas que también van reclamando su espacio.
Mentiría si dijera que esa tristeza no ha empañado la alegría de la primera ecografía, aunque comprendo que haya sido así. Pero tampoco puedo decir que me haya impedido sentir esperanza, ilusión, alivio, confianza. Porque esta ecografía ha sido una experiencia estupenda en sí misma :)
La doctora nos dejó mirar la pantalla desde el primer momento. Lo primero que vimos fue un saco embrionario alojado en el útero, bien formado y de buen tamaño. Enseguida apreciamos también la vesícula vitelina, ese redondelito tan característico de estas primeras ecografías. No esperábamos ver nada más, pero la doctora hurgó un poco por si acaso... ¡y encontró a nuestro embrión!
Esta fue la imagen que nos imprimió, con el embrión situado en la parte derecha del saco. El simple hecho de poder apreciarlo tan pronto (en el momento de la ecografía estaba de 5+6) ya marca una diferencia importante con nuestra experiencia anterior. Pero es que, además... ¡latía! No pudimos escucharlo porque el micrófono no conseguía captar el sonido, pero sí que vimos el embrión parpadeando, y también la imagen de su frecuencia cardiaca en la pantalla.
Una de las emociones que me embargó en ese momento fue la admiración. Admiración por ese embrión que viene pisando tan fuerte, que se ha aferrado a mi cuerpo con las uñas y dientes que todavía no tiene, y cuyo corazón late pleno de energía y ganas de vivir. ¡Bien por ti, pequeño!
Revisando el útero, la doctora encontró un segundo saco, pero su tamaño era cuatro veces más pequeño que el del anterior: en la ecografía puede apreciarse ligeramente a la derecha del saco. Nos dijo que tenía toda la pinta de ser el segundo embrión, que había intentado quedarse sin conseguirlo. Lo más probable es que este segundo saco haya dejado de crecer; pero, para asegurarse, habría que esperar hasta la siguiente ecografía. "En este momento, estás embarazada de uno y medio": ese fue su veredicto.
Confieso que la existencia de un segundo saco me produce cierta perplejidad, y también algo de inquietud. Sé que estas situaciones suelen resolverse sin mayor problema, pero temo que puedan afectar al embrión que sí se está desarrollando. Aunque, sabiendo ahora que la beta le corresponde casi casi en exclusiva, entiendo que está muy bien implantado, lo que me deja un poco más tranquila.
No sé. Reflexionando sobre mi tristeza, pienso que también está provocada por una especie de "conflicto de lealtades". Siento que, si me alegro "en exceso" por la buena marcha de este embrión, de alguna manera le falto al respeto a ese otro que no lo consiguió. Un embrión que, al contrario de lo que me dijeron en su momento, no venía con ningún problema: el problema fue que los médicos, durante mucho tiempo, no supieron ver que mi cuerpo no cumplía con las condiciones adecuadas para poder llevar un embarazo adelante.
Entiendo que una parte de mi mente se empeña en mantener el luto por aquel embrión, pero también sé que la balanza debe ir inclinándose, poco a poco, por la celebración de esta nueva vida. Porque esa celebración no niega todo lo anterior, al contrario: es la culminación de un proceso lleno de dolor y momentos difíciles, pero también de experiencias únicas y maravillosas, como el privilegio de haber albergado en mi cuerpo a nuestro primer embrión.
Mentiría si dijera que esa tristeza no ha empañado la alegría de la primera ecografía, aunque comprendo que haya sido así. Pero tampoco puedo decir que me haya impedido sentir esperanza, ilusión, alivio, confianza. Porque esta ecografía ha sido una experiencia estupenda en sí misma :)
La doctora nos dejó mirar la pantalla desde el primer momento. Lo primero que vimos fue un saco embrionario alojado en el útero, bien formado y de buen tamaño. Enseguida apreciamos también la vesícula vitelina, ese redondelito tan característico de estas primeras ecografías. No esperábamos ver nada más, pero la doctora hurgó un poco por si acaso... ¡y encontró a nuestro embrión!
Esta fue la imagen que nos imprimió, con el embrión situado en la parte derecha del saco. El simple hecho de poder apreciarlo tan pronto (en el momento de la ecografía estaba de 5+6) ya marca una diferencia importante con nuestra experiencia anterior. Pero es que, además... ¡latía! No pudimos escucharlo porque el micrófono no conseguía captar el sonido, pero sí que vimos el embrión parpadeando, y también la imagen de su frecuencia cardiaca en la pantalla.
Una de las emociones que me embargó en ese momento fue la admiración. Admiración por ese embrión que viene pisando tan fuerte, que se ha aferrado a mi cuerpo con las uñas y dientes que todavía no tiene, y cuyo corazón late pleno de energía y ganas de vivir. ¡Bien por ti, pequeño!
Revisando el útero, la doctora encontró un segundo saco, pero su tamaño era cuatro veces más pequeño que el del anterior: en la ecografía puede apreciarse ligeramente a la derecha del saco. Nos dijo que tenía toda la pinta de ser el segundo embrión, que había intentado quedarse sin conseguirlo. Lo más probable es que este segundo saco haya dejado de crecer; pero, para asegurarse, habría que esperar hasta la siguiente ecografía. "En este momento, estás embarazada de uno y medio": ese fue su veredicto.
Confieso que la existencia de un segundo saco me produce cierta perplejidad, y también algo de inquietud. Sé que estas situaciones suelen resolverse sin mayor problema, pero temo que puedan afectar al embrión que sí se está desarrollando. Aunque, sabiendo ahora que la beta le corresponde casi casi en exclusiva, entiendo que está muy bien implantado, lo que me deja un poco más tranquila.
No sé. Reflexionando sobre mi tristeza, pienso que también está provocada por una especie de "conflicto de lealtades". Siento que, si me alegro "en exceso" por la buena marcha de este embrión, de alguna manera le falto al respeto a ese otro que no lo consiguió. Un embrión que, al contrario de lo que me dijeron en su momento, no venía con ningún problema: el problema fue que los médicos, durante mucho tiempo, no supieron ver que mi cuerpo no cumplía con las condiciones adecuadas para poder llevar un embarazo adelante.
Entiendo que una parte de mi mente se empeña en mantener el luto por aquel embrión, pero también sé que la balanza debe ir inclinándose, poco a poco, por la celebración de esta nueva vida. Porque esa celebración no niega todo lo anterior, al contrario: es la culminación de un proceso lleno de dolor y momentos difíciles, pero también de experiencias únicas y maravillosas, como el privilegio de haber albergado en mi cuerpo a nuestro primer embrión.
He leído toda la entrada con el corazón encogido, como iba a mis ecos, pero he terminado feliz, serena, disfrutando con vosotras de este grandísimo paso. A creéroslo de una vez y a permitiros disfrutarlo al máximo!!
ResponderEliminarYo también estaba con el corazón en un puño y me alegro mucho que ese embrion este bien grandote. Sobre el otro entiendo tu miedo porque me pasó parecido, y tenía miedo que arrastrara al bueno pero al final no pasó nada. Disfruta que se pasa volando!!!
ResponderEliminarHola hace tiempo que os leo y creo que esta entrada merece que deje un enhorabuena por ese embrión fuerte y con ganas de seguir creciendo dentro de ti. En cuanto a los miedos reconozco que yo tuve buena suerte y mi embarazo fue sin complicaciones pero aún así yo tenía el mismo miedo y cierta sensación de no querer sentir felicidad plena por ese miedo a que mi sueño se fuese en un segundo. Disfruta lo que el miedo te deje pero entre medias no dejes de hacerlo porque ese pequeñ@ se lo merece todo.
ResponderEliminarEsa dualidad de sentimientos es perfectamente normal. A mi también me pasó con el embarazo de Habi: no pude disfrutarlo hasta que empecé a sentir como se movía... Sentía mucho miedo, mucha tristeza... no se explicarlo bien. Poco a poco la herida va sanando y, aunque ya nunca viviré un embarazo con inocencia, porque como dices esa inocencia se pierde cuando pierdes al primero, lo vivo desde el conocimiento. Las pérdidas nos hacen vivir una maternidad consciente. Conocemos la fuerza de nuestros embriones, la fuerza, la energía por vivir y lo difícil que es la superviviencia. Y sin embargo, lo consiguen. Y en unas semanas (cada vez menos) te despertarás y verás a tu lado a tu peque, ajeno a todo ello, y te seguirá pareciendo un milagro.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios, chicas, es genial sentirse comprendida y arropada por quienes han pasado por lo mismo y saben lo que se siente. Espero que, como decís, los malestares emocionales vayan pasando poco a poco y dejen espacio a otras sensaciones mejores. ¡Confío en que así sea! :D
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