miércoles, 30 de noviembre de 2016

Crónicas vampíricas

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Empiezo a cumplir con las citas médicas previstas en mi calendario, y la encargada de romper el hielo ha sido la visita a la clínica para hacerme los análisis.

Una de las cosas que más me gustan de esta clínica es que puedes ir a hacerte los análisis en un horario muy amplio. En la otra clínica, por el contrario, solo pinchaban a primera hora de la mañana. Esto me obligó a faltar un montón de veces al trabajo (betas, controles de estradiol...), con todo el estrés que eso conlleva, porque en mi trabajo no se queda una silla vacía: en mi trabajo se queda una clase con treinta adolescentes a cargo de un compañero cabreado, que hace un total de treinta y una personas preguntándote después qué coño te ha pasado. 

Afortunadamente, aquí ya llevo tres análisis la mar de cómodos y discretos.

En esta ocasión, y por primera vez, me tocó un enfermero. Al principio fue amable con esa amabilidad aprendida que se gastan en esta clínica (y que me resulta preferible a la buena voluntad, auténtica pero escasa, que tenían en la otra), pero me llamaba de usted y eso me reventaba bastante. Así que me puse en plan chistoso para que se diera cuenta de que no era una clienta vieja y estirada, sino una clienta vieja y simpaticona. No sé, me gusta ser cercana con la gente que no conozco, y más cuando van a horadarte el brazo. Así que acabamos riéndonos bastante.

Eso no evitó, claro está, que me sacara nueve tubos. NUEVE. Hasta el momento, tenía el récord en los ocho que me sacaron para el estudio de trombofilia. Pues bien, en esto como en tantas otras cosas, ya he batido mi propio récord. 

Qué puedo decir. Mientras el enfermero preparaba todo el arsenal, yo solo podía dar gracias de que estemos en otoño y llevemos manga larga, porque me esperaba el bonito morado que me iba a adornar el brazo durante días. Para mi sorpresa, sin embargo, ocurrió todo lo contrario. El chico se las apañó para pincharme sin dolor y sacarme los nueve tubos a una velocidad de vértigo. Cuando nos despedimos, todavía partiéndonos de risa con todas las tonterías que habíamos dicho, casi le doy un beso y un abrazo y le pido que sea mi nuevo mejor amigo. Y es que, al final, no se me ha quedado ni el recuerdo del pinchazo.

Y ahora unos datos técnicos para quien tenga interés en este tipo de pruebas.


jueves, 24 de noviembre de 2016

Calendario de citas médicas

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Después de valorar detenidamente nuestra situación, hemos decidido aprovechar todas las oportunidades a nuestro alcance, haciendo las pruebas por privado y acudiendo después a la Seguridad Social.

Ha costado un poco, porque cada llamada se me hacía un mundo, pero ya tengo pedidas todas las citas médicas. En nada visitaré el hospital en que me van a hacer la histeroscopia y me haré los análisis en la clínica. Con los resultados, iré a Inmunología para ver qué tratamiento me recomiendan, lo contrastaremos con el parecer de nuestra doctora y, finalmente, acudiremos a la consulta de la Seguridad Social.

Hacer las pruebas por privado es una pasta, pero nos permite cuadrar el calendario. Además, en el caso de la histeroscopia, parece que el médico que me la va a hacer tiene una reputación bastante buena. No sería la primera a la que le hacen una histeroscopia en la Seguridad Social y no ven nada cuando, en realidad, estaba todo ahí. Así que, en esta ocasión, el dinero nos servirá para comprar tiempo y tranquilidad.

En cuanto a la cita con Esterilidad, hemos acabado por encontrarle sentido. No nos servirá para que me manden las pruebas, pero sí para entrar "en el sistema". Al fin y al cabo, en algún momento se tendrán que hacer cargo de mi caso. Si, como esperamos, para entonces ya tengo una pauta de medicación, espero que ellos nos la validen y asuman el seguimiento en caso de que me quede embarazada.

Ahora que hemos tomado la decisión y las cosas han cobrado algún tipo de sentido, siento un alivio infinito e incluso atisbo, muy a lo lejos, una pizca de ilusión.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Las tardes en blanco

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Es difícil que alguien que no haya pasado por dificultades a la hora de tener hijos pueda imaginarse en toda su extensión lo que vivimos quienes sí las pasamos. Es difícil también explicarlo de manera que alguien que no las haya pasado pueda llegar a imaginárselo siquiera.

Por lo general, tendemos a relatar los hitos: los tratamientos, las pruebas, los negativos y los positivos. Pero, ¿qué pasa con todo ese tiempo intermedio, ese tiempo durante el cual no ocurre nada?

Nuestro día a día, por supuesto, está lleno de cosas. Cosas que no relatamos en estos blogs monotemáticos porque no vienen al caso: las jornadas de trabajo, las cenas con amigos, los momentos de intimidad con nuestras parejas, los libros que leemos, las películas que vemos, los viajes, las comidas familiares, los retos personales, los días de limpieza, de bricolaje, de sofá.

Al mismo tiempo, yo siento que en mi vida hay un gran vacío. Su presencia es similar a un ruido de fondo, apenas perceptible, como el dolor de cabeza en un día de bochorno. En algunos momentos, sin embargo, adquiere la forma de una NADA gigantesca que toma completa posesión de mi tiempo.

Ocurre durante lo que yo llamo "Las tardes en blanco". Son tardes en las que no quiero hacer nada: ni trabajar, ni ver la tele, ni leer, ni escribir, ni salir. Nada. Y cuando digo nada, digo nada. Ni respirar. Ni vivir.

De pronto, en esa rutina que sobrellevo con mayor o menor dignidad, se abre un espacio vacío. Un espacio que da miedo, que no quisiera transitar, que preferiría saltarme. Por eso no quiero hacer nada. Por eso, cuando aparece una tarde en blanco, lo único que deseo es que termine cuanto antes, que llegue la noche, que llegue la mañana.

A veces, las personas que tienen hijos te aconsejan, con muy buena intención, que disfrutes mientras llegan. Que emplees tu tiempo en todo eso que después no podrás hacer. Que "aproveches". Lo que parecen no entender, lo que seguramente nosotros no terminamos de explicar, es que, una vez que llega el momento de tener hijos, una vez que ese deseo intenso se apodera de tu vida, es imposible ignorarlo.

Evidentemente, puedes hacer muchas cosas que después no podrás hacer. Y las haces. Puedes, incluso, animarte a llevar a cabo algunos proyectos que también te ilusionan, que también te llenan, que pensabas posponer y que, ante las circunstancias, decides adelantar. Puedes "aprovechar" y aprovechas todo lo que puedes. 

Pero no puedes llenar el vacío, completamente, todos los días.
Porque, si pudieras, tal vez decidirías dejar de sufrir y abandonar el camino.

En mi caso, hay momentos en que ese vacío se ensancha, se hace notar, se vuelve infinito. Y yo no puedo llenarlo. No en esos momentos, no en esas tardes en blanco. Porque todo lo que desearía cuando lo siento es que esta pesadilla ya hubiera terminado. Porque lo único que podría llenar ese vacío es precisamente la razón por la que ese vacío existe. Así que me paso la tarde mirando a una pared, en blanco, dejando que el tiempo me atraviese, que el vacío me inunde, hasta que llega la noche, hasta que llega la mañana.

Al principio, estas tardes en blanco me aterraban. Pensaba que estaba perdiendo el control, que este proceso me estaba superando. Ahora he aprendido a aceptar su presencia. Porque de hecho sé que no tengo el control y porque de hecho entiendo que este proceso me supera. 

Porque, finalmente, mi única certeza es esta inmensa y terrible nada.

domingo, 13 de noviembre de 2016

La vida sigue... y el SOP también

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Aunque nunca consiguiera llevar un embarazo adelante, este viaje por la reproducción asistida ya me habría regalado algo que me acompañará durante el resto de mi vida: un diagnóstico inapelable de síndrome de ovarios poliquísticos y el atisbo desolador de cómo este trastorno afecta a mi vida cotidiana.

Cuando me hice los análisis para mi último tratamiento, descubrí un nuevo capítulo de esta novela de terror endocrino: la píldora me sube el colesterol y los triglicéridos. Como en ocasiones anteriores, fue como si toda mi vida pasara por delante y, de pronto, cobrara sentido. No es la primera vez que el colesterol me sale alto, ya me ocurrió en otra ocasión. Y en esa otra ocasión, también estaba tomando la píldora. El caso de los triglicéridos es más complicado, porque los eleva la píldora pero también el metabolismo de la glucosa, así que sus valores han sido más fluctuantes en mi vida (y ahora mismo no están ligeramente por encima del límite, como el colesterol: ahora mismo están elevadísimos).

Al igual que no es la primera vez que me salen estos valores, tampoco es la primera vez que asisto al surrealismo de la impresiones médicas. Esta vez me tocó escuchar que probablemente tuviera el colesterol y los triglicéridos disparados porque me habría pasado de una manera muy especial con la comida. "Ya sabes: barbacoas, cervecitas, los choricitos muy grasientos... Todo eso eleva el colesterol, pero no es grave".

Sé que le podría haber contestado muchas cosas. Me di cuenta cuando llegué a mi casa, después de haberme aguantado el impulso irrefrenable de lanzarme bajo las ruedas de cualquier coche, desesperada por mi situación. El número de barbacoas al que asistido este verano ha sido cero. Los chorizos grasientos que me he metido entre pecho y espalda han sido ninguno. Y las cervecitas... pues no sé. Un máximo de dos o tres por semana, muchas de ellas sin alcohol, y solo durante el verano. No podría asegurarlo, pero a mí me parece que doce latas de cerveza repartidas a lo largo de un mes no hace que unos niveles de colesterol perfectamente normales se eleven como la espuma. 

(O a lo mejor sí, ya no lo sé. A lo mejor, aparte de tener SOP, soy una alcohólica sonámbula que se pasa las noches de verano atiborrándose de choricitos en barbacoas que no recuerda. A estas alturas, todo podría ocurrir).

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Amar la trama

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Antes de empezar este blog, llevé otro durante seis años.

Fue una experiencia inolvidable. A lo largo del tiempo, me fueron siguiendo cada vez más lectores, conocí otros blogs muy interesantes, hice algunas amigas, acudí a encuentros de blogueras, me recomendaron en una revista, escribí algunas reflexiones que se publicaron en un libro colectivo, e incluso, una vez, leyeron una de mis entradas por la radio.

Cuando Alma y yo rompimos, sin embargo, sentí la necesidad de dejarlo. Fue una decisión muy difícil, porque tenía mucho que perder: lectores, contactos, oportunidades que, muy posiblemente, nunca podría recuperar. A pesar de todo, llevaba ya un tiempo añorando algo más íntimo, personal, literario, incluso ficcional. Había muchos temas sobre los que deseaba escribir que no cabían en aquel blog, así que decidí arriesgarme y empezar de nuevo.

Pasé varios meses descansando, reuniendo ideas, mirando diseños, planificando entradas. Tan solo invité a dos de las personas que leían mi blog anterior a conocer este. Quería que fuera tomando forma antes de "presentarlo en sociedad": algo que nunca llegó a ocurrir.

Evidentemente, este blog no nació como un blog sobre maternidad, ni, mucho menos, sobre reproducción asistida. Al principio, solo una de cada cuatro o cinco entradas iban sobre estos temas. El resto trataba sobre otras cosas que me interesaban: reflexiones personales, experiencias, anécdotas. Escribía sobre Literatura, sobre los animales, sobre activismo y política. Esperaba que la maternidad se fuera incorporando paulatinamente a mis intereses, sin grandes sobresaltos, sin un antes y un después, de manera sencilla y natural.

A los pocos meses de empezar, sin embargo, mi propósito inicial se quebró. La experiencia de la reproducción asistida había ido fagocitando mi vida y, consecuentemente, acabó por fagocitar también mi blog. A partir de ese momento, el rechazo que sentía  hacia todo lo que me estaba pasando se concentró en un odio enconado hacia él. 

Anteriormente, había leído algunos blogs sobre reproducción asistida, la mayoría escritos por madres lesbianas. Por una parte, me resultaban interesantes porque, gracias a ellos, iba conociendo un proceso al que suponía que algún día me tendría que enfrentar. Pero, por otra, la mayor parte de las entradas me parecían insufribles. ¿Por qué escribían esas entradas tan largas hablando del tamaño de sus folículos o de las dosis exactas de su medicación? ¿Para qué publicaban los resultados de sus análisis, la descripción exacta de pruebas que parecían haberse llevado a cabo en una carnicería? ¿A quién le podría interesar...?

Y, de pronto, me descubrí haciendo lo mismo. No porque así lo hubiera decidido, no porque hubiera cambiado mi percepción. Simplemente porque, a pesar de lo ridículo que una vez me había resultado, llegó un momento en mi vida en que todo lo que me importaba se reducía a los milímetros que había crecido o no un folículo, a la cantidad exacta de hormona que tenía que pincharme en la siguiente inyección.

No solo el proceso de reproducción asistida se alargaba, se complicaba. No solo no me quedaba embarazada o comenzaba a abortar. Sino que también mi otro proyecto, mi otra ilusión, el blog por el que tanto había arriesgado, se había convertido en un compendio de lo que nunca habría querido llegar a escribir. Durante meses lo odié, planeé abandonarlo, borrarlo entero y empezar de nuevo, en otro lugar y con otra identidad, como si nada de esto hubiera pasado.

Pero las cosas no funcionan así. Con el paso del tiempo, fui entendiendo que esta era la experiencia que me había tocado vivir. La entrada en la maternidad, que yo había imaginado breve y sin complicaciones, ha resultado ser una batalla más en mi vida, tan larga y dura como las anteriores. El momento de escribir ese blog que imaginaba no es ahora; ahora es el momento de escribir justamente el blog que escribo: un blog sobre mi camino, sobre mi experiencia, sobre el tamaño de mis folículos y la dosis exacta de mi medicación. 

Desde hace ya un tiempo, afortunadamente, he aprendido a amar la trama: la trama de mi vida y la trama de mi blog. Y me he comprometido con ambas, haciéndolas mías, dejando de rechazarlas, de escabullirme hacia otros mundos donde mi historia es diferente, porque esos mundos no existen más que en mi imaginación. 

La realidad es esta. La realidad son pruebas dignas de una carnicería. La realidad son inyecciones, pastillas, ecografías, consultas médicas una y otra vez. No es la realidad que imaginaba ni la historia que quería escribir, pero es la única que existe y eso, contra todo pronóstico, puede estar bien.

Así lo vengo sintiendo desde hace un tiempo y, para honrar ese camino, este verano decidí incluir en el blog una página especial que resumiera todo el proceso, todo lo que hemos pasado en esta búsqueda del embarazo. Me costó mucho recordar algunos momentos que ni siquiera he sido capaz de contar, como mi primer embarazo; pero, finalmente, logré llevarlo hasta el presente, dejándolo en suspenso hasta conocer el resultado del último tratamiento. 

Después, necesité recuperar las fuerzas para culminarlo. Hoy puedo decir, no obstante, que lo he logrado. Inauguro esta nueva página como símbolo de mi reconciliación con la vida y con la escritura. Abrazo con ella mi experiencia y la asumo como propia. Aunque siempre lo haya sido, porque nunca hasta ahora he entendido el esfuerzo que conlleva reconocerla como tal.