La tarde antes de nuestra cita en la nueva clínica, salimos a dar un paseo. Yo llevaba unos días leyendo blogs de madres que habían logrado quedarse embarazadas gracias a la ovodonación, y tenía muchas cosas que compartir con Alma. En medio de una conversación muy interesante sobre donantes, identidad, revelación de los orígenes y tipos de familia, nos dimos cinco minutos para soñar:
— ¿Qué crees que nos dirán mañana en la clínica?
— No sé...
— ...
— ¿Te imaginas que nos dicen que tengo bien la homocisteína?
— Sería genial. ¿Hay alguna posibilidad?
— Bueno, por haber... Ojalá... Me libraría de la medicación...
— ¡Ya ves!
— Pero bueno, ya la conozco, así que tampoco...
— Sí...
— ...
— ¿Y si nos dijeran que podemos hacer el tratamiento en agosto?
— ¡Uf! ¡Eso ya sería...! ¡Nos vendría tan bien...!
— ¿Y no puede ser...?
— Yo creo que deberíamos poder intentarlo, pero la otra vez nos dijeron que no.
— Ya... Es verdad.
Durante unos instantes, a las dos se nos habían iluminado los ojos. Sin embargo, procuramos no dejarnos llevar. Si algo nos ha enseñado esta aventura, es aceptar que no nos ha tocado un camino fácil, que hay que tener paciencia y asumir lo que se nos venga encima, lamentándonos lo menos posible por lo que pudo ser y no fue.
Al día siguiente, fuimos a la consulta. Y lo primero que hice fue preguntar por el análisis de homocisteína...
— Sí, os lo hemos dejado aquí.
Con los nervios y las prisas, no nos habíamos fijado en el papel que teníamos delante.
— Está bien —dijo la doctora sin apenas inmutarse.
Mis ojos se pusieron como locos a buscar en el papel para ver el resultado.
7,8... ¡7,8!
Antes de la segunda FIV estaba a 13,6.
¡Casi seis puntos menos! ¡Y por debajo de 10!
— ¡Está bien! ¡Está bien! —me puse a reír como una loca, mirando a la doctora con una mezcla de posesión demoníaca e incredulidad.
A ella, sin embargo, le parecía de lo más natural.
Después de revisar el resto de los resultados, me preguntó que cuándo me tocaba la regla.
— En uno o dos días —le respondí yo.
— Pues entonces te vamos a dar cita para dentro de diez días y hacemos la primera ecografía de control.
— ...
— ...
— ¿C... cómo?
— Sí, para ver si vas a ovular...
— Pero... entonces... ¿no tengo que dejar la píldora durante un mes?
La doctora se echó a reír. ¡Se echó a reír!
— No, claro que no. ¡Hay tantas mujeres que se quedan embarazadas nada más dejar la píldora! ¿Por qué tú no?
¿Por qué yo no? Porque a mí nunca me toca una lotería de las buenas. Y... sin embargo... ¿¿por qué yo no??
Así que salimos de la consulta con una pauta de medicación muy sencilla y una cita para ver crecer mi endometrio bajo el brazo.
Yo no daba crédito. No podía ni reír, ni celebrarlo, ni sentirme afortunada. Estaba en shock. De hecho, había llegado a la clínica con unas ganas de ir al baño insoportables que después desaparecieron como por arte de magia.
No conseguí hacerme a la idea de lo que había pasado hasta que no llegamos a casa.
Y entonces estallé.
De alegría.
Estallé.
A pesar de nuestra experiencia y de nuestros pronósticos... ¡¡las cosas pueden salir bien!!
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