Estoy días transito fechas muy queridas: se cumple el primer aniversario de mi embarazo. Hace un año que disfrutaba del milagro de haberme quedado embarazada, que trataba de hacerme a la idea de que, contra todo pronóstico, me había pasado a mí. Me daba miedo creérmelo por si algo malo pasaba, pero todavía conservaba la inocencia de preguntarme: ¿qué va a pasar?
He estado recordando los últimos días de la betaespera, esos días en los que sentí que, esta vez sí, iba a tener suerte. Los días precedentes habían transcurrido como en cualquier otro intento, con momentos de esperanza y momentos de desesperación. Pero, al acercarse el día de la beta, mi cuerpo empezó a cambiar. En los ciclos anteriores, que fueron negativos, cualquier síntoma de embarazo provocado por la progesterona disminuía al acercarse este día; pero, esta vez, ocurrió todo lo contrario. Mi pelo y mi piel estaban distintos, la hinchazón que sufría debido al SHO no bajaba, los pechos adquirieron una tonalidad rosada que nunca antes había visto.
También he recordado la llamada. Desde el primer momento, el tono de voz de nuestra doctora me hizo saber que pronunciaría la palabra mágica: "Positivo". Mi reacción, sin embargo, fue muy distinta a la que había esperado. No sentí una alegría desbordante ni me puse a llorar. Ni siquiera pensé en el embrión. La emoción que me embargó fue la de un intenso y liberador alivio. Ya estaba. Ya había acabado la pesadilla. No tendría que volver a la clínica para ver cómo seguíamos. No volvería a pasar por pinchazos, operaciones y otros suplicios. Lo habíamos conseguido.
En aquel momento me culpé mucho por aquella reacción. ¿Por qué mi emoción principal no era la alegría por el embarazo? ¿Cómo podía ser más importante el alivio? Con el tiempo, sin embargo, me he perdonado. He comprendido que, en ese instante tan crítico, emergió todo el malestar que había acumulado durante los tratamientos. Eso no significa que no estuviera contenta o que quisiera menos a nuestro embrión. Lo que demuestra es el gran sufrimiento, físico y psicológico, que conlleva la reproducción asistida.
En estos días, tan parecidos a aquellos, recuerdo también mis momentos secretos. Esos momentos casi mágicos en que, de pronto, recordaba que estaba embarazada. Me veo a mí misma caminando por los pasillos del instituto, riendo en silencio cuando nadie me veía, sintiéndome tan afortunada como una recién enamorada que acaba de descubrir que es correspondida. Recién enamorada: así es exactamente como me sentía.
A veces la gente no entiende cómo, después de una pérdida, te pueden quedar ganas de volver a intentarlo. En mi caso, ese embarazo, aunque breve, me llenó de confianza. Si lo había conseguido una vez, podía volver a lograrlo. Si lo había sentido una vez, podía volver a sentirlo. Y, ahora que había comprobado lo maravilloso que era, no pararía hasta conseguirlo.
Ese efecto tan positivo, sin embargo, se va diluyendo con el tiempo. Aquel embarazo me parece hoy un sueño, algo que apenas me rozó y que, por tanto, no puede volver a pasarme. Me he gastado toda la confianza que me regaló en los descalabros posteriores, y vuelvo a pensarlo como algo imposible, algo que no me puede ocurrir a mí.
Mis lágrimas, suaves y calientes, insisten en desdecirme.
Fue real. Y puede volver a pasar.
Con mi primera perdida también sentí mucha esperanza, si lo había conseguido una vez podría hacerlo otra, y aunque tuve que perder a más bebés, creo que también todos ellos me dieron fuerzas...
ResponderEliminarEstas cerquita, lo sé, ya te toca.
Un beso!
Cuanto dolor,pero estoy segura que ese amor tan grande que sentiste te dará fuerzas para seguir,un beso enorme
ResponderEliminarEs muy duro pero tu entrada refleja que no quieres renunciar a ello. Animo y fuerza. Quiza no ha llegado el momento de tirar la toalla aún.
ResponderEliminar¡Gracias por los ánimos! :D
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