jueves, 24 de septiembre de 2015

Negativo



Todo había salido mejor, pero el resultado fue peor.

Incluso la transferencia. La doctora me dijo que tenía apuntado en su informe que la otra vez el acceso al útero había sido complicado. Yo comprobé después que había apuntado en mi diario que aquel día hubo una intensa pelea con el espéculo. Pero esta vez todo fue más sencillo, rápido, casi indoloro. Y, de pronto, ya estábamos juntos, mi embrión y yo, y la alegría que sentía era inmensa.

Diez días después, llegó la bofetada. 

Impredecible, inconcebible, irracional.

Nuestra doctora insiste: todo ha salido mejor. No es fruto de mi imaginación. No puede decir que las cosas no vayan bien, excepto por el pequeño gran detalle de que todavía no me he quedado embarazada. O sí: me quedé embarazada una vez. Y, en realidad, no llevamos tantos intentos. Y es normal que estemos cansadas, sobre todo por las inseminaciones. Pero todo ha salido mejor, y hay que tener paciencia. 

Eso dice ella. 
Nosotras nos quedamos sin palabras.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Punción



Saber que tenía que volverme a enfrentar a una punción ya no me causó tanto miedo como la primera vez. Aunque pasar por quirófano no me haga especial ilusión, la punción ha dejado de ser mi particular túnel al final de la luz. Supongo que porque mi primera experiencia fue positiva, y también porque, durante este tiempo, he aprendido que una sedación es diferente de una anestesia, ya que puedes seguir respirando por ti misma sin necesidad de intubarte. Y por algún motivo, racional o irracional, ese detalle ha sido suficiente para que haya perdido gran parte del miedo.

Aun así, la tarde anterior a la punción y la mañana de la misma me entró bastante pánico. Habría querido salir corriendo, y no paraba de decirle a Alma que, de tener el papel del consentimiento en mis manos, lo revocaría sin pensarlo. En el camino hacia el quirófano, dejé de ser una paciente tranquila y comprensiva para convertirme en la típica histérica-toca-pelotas. Cada vez que la enfermera, o el anestesista, o la doctora me preguntaban cómo estaba, yo respondía: "Aterrada". Si alguna vez tengo que volver a entrar en quirófano (dentro de muchos años y por motivos diferentes), prometo mejorar este punto, que a juzgar por las caras que me ponían, no debe sentar nada bien a los sanitarios.

He de decir que, esta vez, Alma también me confesó que estaba asustada. La enfermera le dijo que tardaríamos unos 45 minutos, por si le apetecía salir a tomarse algo mientras tanto, pero ella no quiso abandonar la sala de espera ni para ir al baño (!). Después me contó que, cuando vio salir a nuestra doctora del quirófano y ni siquiera la miró, pensó: "Ya está, ya está, se ha muerto y no quieren decirme nada".

Tal para cual.