lunes, 15 de junio de 2015

Rutinas que curan



Desde que sembramos nuestro huerto urbano, he incorporado una nueva rutina: todos los días, antes de que anochezca, salgo a la terraza a cuidar de nuestras plantas. Las vigilo diariamente, aunque no siempre tenga que regarlas (y menos estos últimos días, en los que he tenido que acudir a su rescate varias veces para que no acabasen desbordadas).

Los gatos, que aman las rutinas más que cualquier ser humano, se unen a mí cada tarde. Si por alguna razón me retraso, ya tengo al gato maullando y ronroneándome en la pierna para que les abra la terraza. Como estas semanas han estado cambiando el pelo, he aprovechado también para darles un buen cepillado. El gato lo ha agradecido enormemente y la gata... bueno, la gata, poco a poco, ha aprendido a tolerarlo.

Lo bueno de tener seres vivos a tu cargo es que no valen excusas: hay que cuidarlos. Si crees que no pasa nada por dejar de supervisar el huerto un día, solo tienes que asomarte a la terraza la tarde siguiente y ver las tomateras cherry espachurradas. Así que no valen tristezas, ni cansancios, ni exámenes por corregir, ni neuras, ni nada. Hay que salir a la terraza, hay que regar, hay que cepillar a los gatos. Todo lo demás no es cuestión de vida o muerte, así que puede esperar a mañana.

Por todo esto, mi nueva rutina se ha convertido en una de esas rutinas que curan. Que te sacan de tu escondite y te obligan a reintegrarte, a comprometerte, a dejar de mirarte el ombligo, a hacerte cargo. A entender que el mundo no se para porque tu mundo parezca estar parado, aunque haya días en que para ti esto no tenga ningún sentido.

1 comentario:

  1. Muy linda Y sabia tu visión, me gusta!
    Un apapacho de mi parte, mis gatas y mis plantas.

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