miércoles, 25 de febrero de 2015

El centro de mi vida



Hace unos días, Alma se refirió a la maternidad como "el centro" de mi vida, y la verdad es que me molestó bastante. No porque considere que la maternidad es un "centro inadecuado" para la vida de nadie, ya que cada uno sabe lo que hace con su vida; ni porque pensara que estaba subrayando mi presunta obsesión con la maternidad, porque no creo que sea el caso. Me molestó, simplemente, porque es mentira.

No creo que mi vida tenga ningún centro: hay muchas cosas que me importan. Me importa mi pareja, mis amigas, las relaciones personales, conocer gente. Me importa mi trabajo, mis alumnos, aprender, enseñar, ir mejorando. Me  importa nuestro planeta, los animales, cómo nos tratamos los unos a los otros, luchar por lo que considero justo. Me importan mis gatos y el perro que algún día tendré. Me importa cuidarme, comer bien, cocinar, hacer deporte. Me importa muchísimo aprovechar el tiempo que me ha sido dado para disfrutar de todo lo que esté a mi alcance: el aire libre, el mar, la siesta, el arte, la cultura, la ciencia. 

La maternidad también me importa. Es algo importantísimo para mí que he querido en mi vida desde siempre. Es una experiencia que no me quiero perder. Es algo con lo que sueño desde que era pequeña y por lo que lucho desde hace varios años. Es una ilusión, una esperanza, una alegría. Es un proyecto que deseo vivir plenamente. Pero no es el centro de mi vida.

De hecho, después de mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de que, si mi vida tuviera algún centro (que no es el caso, como ya he explicado), sería la Literatura. Al principio suena raro, pero en realidad, la Literatura es para mí una forma de vida y un proyecto personal. Cuando todo lo demás falla, mi único refugio seguro es la Literatura. Ella ha sido mi compañera desde que puedo recordar, ella me ha acompañado y me acompaña en los diferentes momentos de mi vida, ella me consuela, me asombra, me devuelve la esperanza, me divierte. Si solo quedara mi mente, podría sumergirla en universos de belleza y ficción y, solo así, rescatar algún retazo de felicidad.

Esto no quiere decir que esté dispuesta a renunciar a la maternidad, o que no la merezca porque no la deseo de manera pura y única. Esto quiere decir que, afortunadamente, mi vida es variada y plena en muchos sentidos, lo cual me aporta unas buenas dosis de felicidad y salud mental que me permiten relacionarme de una manera bastante positiva con todo lo demás. Y desde esta perspectiva, para mi gusto adecuada, es desde donde deseo convertirme en mamá.

sábado, 21 de febrero de 2015

La odisea de la FIV (III). Estimulación



Y llegó el momento de empezar a pincharse, tras una semana de haber dejado la píldora y tres días después de que me viniera la regla.

Aunque yo ya me había tenido que pinchar en mis dos últimas inseminaciones, la estimulación para la FIV me daba pavor. Me había acostumbrado a unos pinchazos irrisorios, de entre 25 y 50 Ul, pero sabía que ahora tendría que inyectarme cantidades mayores, y me sentía incapaz de enfrentarme a la aguja.

Durante los primeros cuatro días, sin embargo, apenas me tuve que inyectar 75 Ul. A mí me parecía que no iba a ser suficiente para conseguir una buena cantidad de folículos, pues con las dosis anteriores no habíamos llegado ni a dos. Sin embargo, mi doctora prefería comenzar así, porque los ovarios con SOP tienen una tendencia casi irresistible a la hiperestimulación. Además, si acaso no era suficiente, siempre estábamos a tiempo de aumentar la dosis.

Y eso fue lo que pasó. Después de cuatro días de pinchazos, en el primer control ecográfico no se vio ningún folículo. Yo, que había ido preparada para memorizar todas las medidas que la doctora le dictara a la enfermera, me quedé en shock cuando vi que sacaba el ecógrafo sin decir nada, después de haberme urgado a conciencia, apretándome los ovarios y haciéndome bastante daño.

martes, 17 de febrero de 2015

Me importa un comino el rey Pepino



Cuando era pequeña tenía un libro que se llamaba así: Me importa un comino el rey Pepino. No recuerdo muy bien de qué iba, solo sé que había un rey Pepino muy desagradable que se había instalado en el sótano. Por alguna razón, hoy me ha venido a la mente, y solo tengo ganas de gritar:

– ¡Me importa un comino el rey Pepinoooooooo!

En el libro de Las voces olvidadas, explican que la fase del duelo que más nos cuesta transitar a las mujeres es la ira. Vivimos el shock y la negación, nos entregamos a la tristeza, negociamos y aceptamos. Pero muchas veces no somos capaces de enfadarnos.

Cuando lo leí, me di cuenta de que justamente eso me pasaba a mí. Me ha pasado en todos los duelos. Puedo quedarme paralizada y negar lo que ha ocurrido durante años, puedo llorar y llorar hasta secarme por dentro, puedo llegar a acuerdos con la vida y, finalmente, aceptar las cartas que me han tocado. Pero me cuesta enfadarme. A veces, simplemente, no me enfado.

Y ese no-enfadarse queda flotando en mi cabeza, como una nube negra que perturba mi mente, constante aunque sutil.

Ayer, sin embargo, me enfadé. 

Las circunstancias no son importantes. Lo importante es que, de pronto, vi pasar un montón de aspectos de mi vida por delante de mis ojos, sentí una pena terrible de mí misma, y estallé.

Hace muchos años, leí un artículo escrito por un monje budista en el que explicaba el poder que otorga la ira para "ver más claro". En él decía que, si no cedemos ante la violencia que nos provoca, si conseguimos centrarnos en ese momento de máxima tensión emocional, podemos comprender muchas cosas que, en un estado de calma, no apreciamos.

Yo siempre había pensado que la gente que se enfada es maleducada y no se sabe controlar. Sin embargo, después de leer aquel artículo, me di cuenta de que enfadarse también era necesario: solo cuando conseguía enfadarme dejaba de perdonarlo todo y juntaba las fuerzas necesarias para poner límites y recomponer mi vida. Solo cuando conseguía enfadarme veía claramente cómo era la realidad y por dónde discurría el camino que debía seguir.

Ayer lo vi otra vez.

viernes, 13 de febrero de 2015

Vuelve la luz



Los días se están alargando. 
Con un susurro, derriten lentamente los campos anegados de rocío.
Es como si pudiera oírlo, no sé.

La última vez que disfruté de una tarde iluminada, la vida bullía dentro de mí. 
Después, mi corazón se fue llenando de sombras, y esa chispa de vida se apagó.

Ahora miro el reloj y sonrío. 
Cada minuto que le robamos a la noche se convierte en una victoria frente a la oscuridad.
Cada rayo de sol que amanece orgulloso me regala una esperanza, una promesa, un sí.

Sueño con días interminables para colmarme de primavera.

lunes, 9 de febrero de 2015

La odisea de la FIV (II). Hormonas



Comencé la preparación para la FIV tomando la píldora.

En mi caso, no deja de ser paradójico haber tenido que acudir a ella para intentar quedarme embarazada, cuando hace casi cinco años que la dejé pensando que "limpiar" mi cuerpo de hormonas me ayudaría en el proceso. Por aquel entonces, no tenía mucha idea sobre las cantidades ingentes de hormonas que conlleva cualquier tratamiento de reproducción asistida, y aún suponía que podría tener éxito con uno que fuera mínimamente invasivo (!).

Durante los años que estuve sin tomar la píldora, sufrí un acné inenarrable, se me cayó el pelo a jirones y empecé una carrera desbocada hacia el sobrepeso. Pero me mantenía firme en mi decisión porque confiaba en que el momento de empezar la búsqueda estaría a la vuelta de la esquina. Al final, no resultó así, y como una bofetada del destino, tuve que acudir a la píldora de nuevo.

A pesar de ello, me consolaba con la idea de que, durante las tres semanas que duraría el tratamiento, mi SOP se regularía un poco. Pero eso tampoco ocurrió. Seguí teniendo los mismos síntomas que había tenido durante los meses anteriores, unidos a los dolores de cabeza que me provocan estas pastillas. Además, tuve pérdidas durante la segunda semana de medicación, algo que me causó no pocos quebraderos de cabeza. Según el prospecto, sin embargo, era de lo más normal.

En la semana de descanso, me vino la "regla": ese manchado indoloro y ridículo que te provoca la píldora. A la doctora de la clínica le pareció muy buena señal, aunque yo no le di demasiada importancia. Durante todos los años que tomé la píldora, no me faltó la regla ni un solo mes; como tampoco me falta cuando no la tomo. Reconozco que este tipo de fiestas ("¡Qué bien! ¡Te ha venido la regla!", como si no me viniera todos los meses y no se lo hubiera dicho) me plantean serias dudas acerca de muchas cosas.

Cuando llevaba dos semanas tomando la píldora, empecé a inhalar otra hormona distinta, que me estuve aplicando dos veces al día hasta dos días antes de la punción.

jueves, 5 de febrero de 2015

Se acabó



Volvía a tener uno de esos días que tanto se me repiten últimamente. De nuevo ese intenso dolor de cabeza que me resulta tan ajeno, de nuevo la sensación de estar ahogándome dentro de mi cuerpo, de nuevo el odio, la rabia, las ganas de gritar, pegar, echar a correr. Pero esta vez fue diferente. Vi claramente que había llegado el momento de decirme a mí misma: "Se acabó".

Me he entregado al duelo durante semanas. Quería vivirlo en toda su intensidad para que no se me quedara nada pendiente. Quería llorar cuando necesitara llorar, encerrarme en mí misma si tenía ganas de soledad, mostrar mi tristeza cuando me sintiera abatida y no hacer nada si me faltaba la energía. He hecho lo que creía que debía hacer y me parece bien haberlo hecho así. Pero ya no quiero continuar en el mismo estado: la tristeza pesa como una losa que no me deja avanzar.

Dicen que este tipo de duelo se desarrolla de manera paralela a lo que hubiera sido la gestación. En mi caso, nuestro embrión habría cumplido ya sus veinte semanas. No creo que sea casualidad que mi cuerpo haya necesitado llegar a la mitad del embarazo para asimilar su pérdida; de hecho, justamente acabo de terminar la segunda regla tras el aborto, el tiempo que recomiendan esperar antes de un nuevo intento para que el cuerpo recupere su equilibrio. 

Siempre querré a nuestro embrión. Aunque su vida fuera breve, para mí estuvo llena de plenitud. Cada pequeña señal de su presencia en mi interior me hizo sentir dichosa: el cansancio, las náuseas, los dolores en el útero, los pechos rosados y plenos. Le hablé, le acaricié, le canté. Guardo con mimo cada una de sus ecografías, incluso la última, tan dolorosa. Nada de eso ha cambiado ni va a cambiar.

Pero necesito recuperar la alegría, las ganas, la ilusión. Que su recuerdo me acompañe como una experiencia rica, valiosa; no como unos grilletes que me impidan caminar. Quiero recuperar mi ritmo, mi tranquilidad, mi esperanza. Quiero volver a sentir que la maternidad es una experiencia positiva.

Y quiero prepararme para lo que vendrá.

domingo, 1 de febrero de 2015

El reto de los 21 días



Cuando era más joven, me encantaba estrenar año. Recibía 365 días nuevos y sentía que una infinidad de cosas buenas me podían ocurrir. Me gustaba mucho pensar en nuevos propósitos que mejorasen mi vida; simplemente planearlos ya me llenaba de energía e ilusión.

Desde hace algunos años, sin embargo, me dedico a fluir, pero no con un sentido positivo. Creo que todavía me gobierna la incómoda sensación de que no puedo controlar las cosas que me pasan, de que mi vida es tan solo lo que se le permite que sea desde algún lugar misterioso, por lo que mis buenos propósitos apenas pueden consistir en sobrellevar este devenir caótico y frustrante de la mejor manera posible.

Si bien en los últimos años he sido golpeada por situaciones que yo no podía controlar, y aprender a fluir con ellas ha sido una gran lección de vida; también es verdad que no todo lo que me frustra o me duele resulta ajeno a mi control. Así que, después de empezar el año completamente vacía de fuerza e ilusión, decidí hacerme un único propósito de año nuevo, algo que me vivificase de alguna manera y me ayudase a retomar la confianza en que al menos algunas cosas en mi vida sí que dependen de mi voluntad.

Dicen que para consolidar un nuevo hábito en nuestra rutina son necesarios 21 días. En realidad, por lo que he estado leyendo, el tiempo necesario depende de la actividad, y suele oscilar entre tres semanas y un año. Sin embargo, para lo que yo me proponía, que era recuperar la ilusión por tener ilusión, me pareció bien marcarme una cifra simbólica. Así que me propuse un reto de los 21 días dedicados a escribir.