Hoy me tocaba la visita semestral al dentista. ¡La odio! Prefiero mil veces abrirme de piernas ante el ecógrafo (total, una vez más) o pincharme un buen chute de hormonas (a este paso me van a convalidar la experiencia por un título de practicante) que sentarme bajo el foco durante cuarenta minutos mientras practican espeleología en mi boca.
Pero allá que iba, infundiéndome ánimos a mí misma para no recordar las fantasías que había elaborado sobre esta visita (y sobre tres o cuatro fechas más, reinterpretadas todas a la luz del tamaño de mi futura tripa), casi casi creyéndome fuerte y valiente y capaz de soportar el sangrado irrefrenable de mis encías, cuando he sido interceptada por el hábil placaje de la secretaria:
– Mira, Remedios, es que estamos actualizando las fichas médicas de los pacientes, así que, ¿hay algo nuevo que quieres que incluyamos? ¿Alguna operación? ¿Algún tratamiento?
De pronto, sentí como si el mundo se ralentizara y yo, cual Neo esquivando balas, tuviera que contorsionarme en posturas imposibles para no resultar aniquilada por el aluvión de recuerdos que llegó hasta mi mente.
Me vi pinchándome, haciéndome un electrocardiograma, soportando estoicamente los análisis hasta que se me desgarró la vena, con la vía de la anestesia colgando de una mano, abriendo los ojos después de la punción, drogada hasta las orejas para evitar una hiperestimulación ovárica. En urgencias de un hospital, en urgencias de otro, soportando el dolor inenarrable que me produjeron al ponerme las pastillas para provocarme el aborto, cambiando los seis comprimidos de progesterona diarios por seis analgésicos que me permitieran sobrevivir a los diez días que mi útero se estuvo retorciendo como un trapo.
En vista de lo cual, no me quedó más remedio que mirar a la secretaria con cara de cordero degollado y contestar: "No, nada nuevo"; para correr, acto seguido, a derrumbarme en un sillón de la sala de espera. Ahí ya no supe si llorar, matar o arrancarme los dientes uno a uno.
Menos mal que luego fueron todo buenas noticias. Y es que a mi cuerpo le ha dado por estar más sano que nunca después de haber probado las mieles del embarazo, lo cual me produce una amalgama de alegría, ilusión, ganas, tristeza y rabia incontenible bastante difícil de digerir.
Tu crees que esta entrada puede suscitar el más mínimo interés a alguien?
ResponderEliminarPues hombre, suficiente como para que te hayas molestado en dejar un comentario :)
ResponderEliminarPor cierto, yo profeso odio a los dentistas y peluqueras... traumas infantiles con toda seguridad jaja.
Un abrazo,
ize
Efectivamente, "alguien" se ha interesado rápidamente por ella...
ResponderEliminar¡Yo también odio ir a la peluquería! Jajaja. Ya me siento menos sola en el mundo... :P