Disfruto mucho de estos primeros días de vacaciones, en los que dejo de ser una profesora estresada para convertirme en una maruja entregada.
Procuro levantarme pronto. Desayuno delante de una revista, o de la tablet. Si tengo suerte, me toca Pilates; si no, intento hacer algo de ejercicio por mi cuenta. Compro fruta y verdura en el supermercado. Preparo algún plato rico para cenar. Recojo la casa, escribo, leo. Hago la comida y me tumbo en el sofá con un gato a cada lado. Cuando Alma llega de trabajar, la estampa se asemeja a un manual para mujeres de los años 50.
Durante el curso, las tareas de la casa se me hacen muy cuesta arriba. Trabajo muchísimo y, cuando llega el fin de semana, lo último que me apetece es limpiar, planchar o fregar. Pero cuando cambio el boli rojo por el trapo con dedicación exclusiva, parece que todo fluye. ¡Es tan bonito ser solo ama de casa! ¡Sentir que llegas a todo, que la mierda no te acecha en cada esquina...!
No quiero decir con esto que me gustaría dedicarme solo a la casa; pero entre el estrés laboral más absoluto y unas tareas domésticas asequibles aderezadas con un montón de tiempo libre para mis cosas... ¡elijo lo segundo! Lástima que no me sobre el dinero, y sobre todo, lástima que no pueda coger media jornada porque sí.
Mientras esa vida que sueño se materializa, me conformo con poder disfrutar de este paréntesis vacacional como maruja feliz.
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