Antes de tomar la decisión de ser madre, pasé muchos años leyendo e investigando sobre maternidad lesbiana y reproducción asistida. Seguía varios blogs escritos por mujeres que compartían tanto el proceso de búsqueda como el embarazo y la crianza, leía artículos sobre técnicas de reproducción asistida y sobre la crianza de niños en una familia homoparental, veía películas y documentales sobre el tema, etc.
A veces tenía la sensación de que todo ese trabajo no me estaba preparando para ser madre, y que tendría que tomármelo más en serio cuando me pusiera realmente en camino. Sin embargo, cuando finalmente Alma y yo nos decidimos, me di cuenta de que, poco a poco y de una manera bastante agradable y natural, había ido asumiendo casi todos los aspectos de la maternidad lesbiana. Entendía que las personas que nos querían, nosotras como pareja y como individuos, nuestros propios hijos y, evidentemente, el resto de sociedad, tendrían que asumir la existencia de nuestra familia. Todo lo que yo podía ofrecer a favor de este proceso estaba ya preparado, tanto en mi mente como en mi corazón. Además, había tenido mucho tiempo para tomar unas cuantas decisiones estratégicas y para superar unas cuantas pruebas que la vida me había puesto por el camino.
Lo que no había comprendido hasta entonces era que aún me quedaba una cosa por asumir: el propio proceso de reproducción asistida.
Esta situación me recuerda mucho a lo que una siente cuando descubre que es lesbiana. Hay quien se escandaliza de que las lesbianas, en diferentes momentos de nuestra vida, podamos no aceptarnos a nosotras mismas, sintamos desprecio por nuestra condición y seamos capaces de generar más homofobia interna de la que externamente podríamos encontrarnos. Estas personas se olvidan de que las lesbianas nos hemos criado, como todos los demás, en una sociedad homófoba y heteronormativa. Eso implica que no resulte natural para muchas de nosotras asumirnos como lesbianas, a pesar de que la homosexualidad sí sea una condición natural.
Con el proceso de reproducción asistida me ha ocurrido algo parecido. Evidentemente, entiendo que existe una condición física que nos impide a Alma y a mí tener hijos biológicos mediante una relación sexual. También sé que la reproducción asistida permite subsanar este hecho y que la legislación reconoce a los hijos nacidos por este método como hijos de ambas. Y, por supuesto, entiendo que una familia se conforma a través del amor, del cariño cotidiano, de la elección mutua en las diferentes etapas de la vida, y no a partir de los genes o de lo que diga un papel.
Pero cuando me vi el primer día en la clínica, me di cuenta de que no había asumido lo que realmente significa embarcarse en un proceso de reproducción asistida. Como todos los demás, me he criado en una sociedad donde los hijos se conciben en la intimidad de la pareja, mediante el amor y el placer sexual. Ser lesbiana y aceptarme como tal no me había preparado para que mi maternidad fuera diferente en ese aspecto. Parecería que una cosa conlleva la otra, pero no es así.
Durante meses, he estado podrida pensando en por qué me tenía que pasar esto a mí. ¿Por qué tenía que entrar en un protocolo de infertilidad desde el primer momento? ¿Por qué yo no me podía sentir fértil durante un año mientras retozaba alegremente con mi pareja? ¿Por qué nosotras teníamos que gastarnos miles de euros en el proceso mientras que las parejas heterosexuales podían acudir a la Sanidad Pública? ¿Cómo podía ocurrir que precisamente el sistema que tanto habíamos defendido nos excluyera? ¿Por qué para los demás este era un proceso íntimo mientras que a mí me tenía que parecer natural que el funcionamiento de mis ovarios o el desempeño de mi vagina fuera un tema tan ampliamente comentado...?
Igual que en el caso de la homofobia interiorizada, creo que cuando una situación como esta genera tanto malestar, hay algo que no funciona. Y no eres tú, que no te aceptas como lesbiana aun siéndolo, o que sientes que la reproducción asistida es un atropello hacia tu persona en mil y un aspectos. Sin embargo, el primer paso para todo (para sentirte mejor, para entender lo que hay que cambiar, para lograrlo) es asumir que la realidad inmediata es la que es y que no va a ser distinta mañana.
Y sí, a las lesbianas nos odia una buena parte de la sociedad. Hasta hace unos años nos aplicaban descargas eléctricas para curarnos. En algunos países nos violan los varones de nuestra familia con el mismo fin. E incluso podemos sufrir una condena a muerte. Pero ser lesbiana también puede implicar desarrollar un proyecto de vida, superarse a una misma, crecer, amar, encontrar la felicidad en lo cotidiano, tomar conciencia de tu condición y luchar por mejorar el mundo, del mismo modo en que muchas otras lucharon antes que tú.
Así que, después de innumerables visitas médicas que me han hecho sentir innecesariamente enferma, tras una gran cantidad de pruebas y procesos dolorosos e invasivos, pasado un número interesante de blasfemias, insomnios y pataleos, he llegado a conocer una realidad que, en su imperfección, es lo que hay. El protocolo y la legislación no van a cambiar mañana. Pero sí es posible que lo hagan, como lo han venido haciendo hasta el momento. Yo solo espero poder verlos cambiar mientras acuno a un niño entre mis brazos, sabiendo que he puesto mi granito de arena para imaginar lo imposible.
Y en esas estamos.
¡Felicidades por la boda! Y todo el cariño y la tranquilidad del mundo para la nueva aventura de ser mamás. Acabo de ver una película que me ha encantado sobre la maternidad (no es homosexual), se llama "Un feliz acontecimiento".
ResponderEliminarBesos besos besos
¡Muchas gracias, guapísima! Me apunto el título de la película :P
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