Desde pequeña he tenido la ilusión de ser madre. Probablemente sea la única ilusión típicamente "de chica" que haya tenido: nunca quise casarme de blanco o algo parecido, pero siempre soñé con tener una tropilla de críos.
En mi adolescencia decidí que tendría hijos biológicos, pero también adoptados. Me atraían las dos opciones y no quería perderme ninguna. Mantuve la idea durante toda la veintena y, cumplidos los treinta, me tocó decidir cuál de los dos caminos escogería primero. Y aunque esta decisión, en principio, no supone abandonar el otro camino, me ha costado muchísimo tomarla.
Finalmente, he decidido empezar probando suerte con la biología. Hubo un tiempo en que el embarazo, el parto y la lactancia no eran procesos que me interesasen demasiado. Sin embargo, esto ha cambiando últimamente, de manera que he recuperado mi deseo adolescente de poner a prueba el cuerpo de mujer que la Naturaleza escogió para mí.
Me gustaría decir que este criterio ha sido el único que he barajado, pero no ha sido así. Otros motivos, algunos ajenos a mí y a la maternidad, han inclinado la balanza.
Y es que estar en pareja con otra mujer te cierra determinadas puertas. Ni muchas ni pocas: pero cuando pruebas el picaporte, algunas están, al menos en un primer momento, innegablemente cerradas. En nuestro caso concreto, no vemos posible optar por una adopción internacional sin tener que invisibilizarnos como pareja; algo que, en este momento de nuestra vida en común, no nos planteamos. Hemos recorrido un largo camino para estar donde estamos, y nuestro horizonte no contempla volver al armario.
Esto no quiere decir que me parezca mal que otras mujeres lo hagan: cada una conoce su experiencia, sus deseos, necesidades y posibilidades, y en un mundo tan hostil como puede llegar a ser el nuestro, no me considero tan moralmente elevada como para juzgar las decisiones de (in)visibilidad de otras personas.
Por otro lado, reconozco que la adopción, sobre todo la internacional, ya no tiene las connotaciones tan positivas que tenía cuando apenas sabía nada sobre ella. En los últimos años he conocido varios casos de personas que han adoptado niños en otros países y, desgraciadamente, he comprendido que adoptar niños muy pequeños no es un proceso seguro. Si en España se "robaron" niños hasta los años 80, ¿qué creemos que puede estar ocurriendo en otros lugares?
Una amiga mía, con cierta experiencia en estos temas, solo considera la adopción de niños que puedan recordar su orfanato, como prueba de que realmente vivían allí y no habían sido robados a sus familias de origen. Por muy duro que parezca, esta opción y la de adoptar niños que tengan alguna discapacidad son las únicas que me planteo actualmente, lo cual me permite emplear algo más de tiempo en el proceso y también nos abre las puertas de la adopción nacional.
Otro de los motivos que me ha llevado a elegir la maternidad biológica como primera opción es el económico. Aunque el Estado no reconoce la natalidad de las familias homoparentales como un derecho (pues, de lo contrario, estaría sufragado por la Seguridad Social, cosa que, en la Comunidad de Madrid, nunca ha ocurrido), sigue siendo una opción más asequible que la adopción, al menos en un principio y si todo sale relativamente bien.
El motivo económico va unido con el de la inmediatez: desde que cumplí los treinta, mi reloj biológico adquirió una velocidad vertiginosa. Sé que, en realidad, no se trata de un proceso biológico, sino mental y cultural; pero el resultado es similar: de pronto, sentí la necesidad de embarcarme en la maternidad de forma inmediata. Dejaron de valerme los planes a medio plazo, los dentro-de-dos-años-quizá, y la posibilidad de comenzar un camino largo, costoso e incierto, o de continuar posponiendo la decisión, me provocaba una ansiedad insoportable.
Soy consciente de que la maternidad biológica tampoco es un camino de rosas. Entiendo que el proceso se puede complicar y alargar en el tiempo, o incluso puedo verme obligada a abandonarlo. Sin embargo, su relativa inmediatez es suficiente para saciar mi necesidad de ponerme en marcha, pues me vale (tampoco podría ser de otra manera) con iniciar el camino; ya nos haremos cargo más adelante de las dificultades que surjan.
Por otra parte, como para mí la maternidad trata de vivir una experiencia, me he decidido por la opción biológica para sentir lo que es criar a un ser humano desde sus orígenes. Para mí, esta decisión tampoco ha resultado fácil, pues soy de esas personas a las que los bebés les dicen algo, pero no demasiado. Sinceramente, opino que los hijos de los demás (entiendo que esto puede cambiar con los míos, aunque no puedo asegurarlo) son un completo aburrimiento hasta que no se desplazan solos y se comunican en algún modo inteligible para quienes no somos sus padres.
Aun así, me apetece saber qué se siente estando embarazada, dando a luz, amamantando a un niño. También querría pasar a formar parte de ese club privilegiado de quienes aprenden a seguir su vida a pesar de tener pegada a la chepa a una criatura que, al parecer, no te deja tiempo ni para ducharte (posibilidad que no me cabe en la cabeza y que me da morbo comprobar sobre mi propia espalda).
Para terminar, y por paradójico que resulte, entiendo que la maternidad biológica es la mejor manera de prepararse para una adopción. De hecho, siempre que sea posible este suele ser el orden recomendado, pues los niños adoptados implican ciertos retos que pueden afrontarse mejor cuando una no es madre primeriza. Esto no quiere decir, evidentemente, que las familias formadas exclusivamente por adopción tengan mayores dificultades o "salgan peor"; simplemente considero que, en el caso de querer y poder formar una familia a través de caminos diferentes, el orden biología-adopción es el más adecuado.
Cuando escribo estas palabras, aún siento la pérdida que supone no optar por la adopción en primer lugar. Sé que la misma sensación me invadiría si la decisión hubiera sido la inversa, así que trato de estar tranquila en ese sentido. Esto es solo el comienzo, y no sé qué me deparará el futuro. Las hermosas imágenes que atesoro en mi mente, pensando en cómo sería el encuentro con mi hijo adoptado (las entrevistas, las visitas, la noticia, el viaje, el hotel, la primera mirada, el proceso de ser yo la adoptada, enseñarle su casa nueva, su colegio, su barrio...), permanecerán a salvo hasta el momento en el que, si la Vida decide que ese también ha de ser mi camino, se hagan realidad.
¡Allá vamos!
El motivo económico va unido con el de la inmediatez: desde que cumplí los treinta, mi reloj biológico adquirió una velocidad vertiginosa. Sé que, en realidad, no se trata de un proceso biológico, sino mental y cultural; pero el resultado es similar: de pronto, sentí la necesidad de embarcarme en la maternidad de forma inmediata. Dejaron de valerme los planes a medio plazo, los dentro-de-dos-años-quizá, y la posibilidad de comenzar un camino largo, costoso e incierto, o de continuar posponiendo la decisión, me provocaba una ansiedad insoportable.
Soy consciente de que la maternidad biológica tampoco es un camino de rosas. Entiendo que el proceso se puede complicar y alargar en el tiempo, o incluso puedo verme obligada a abandonarlo. Sin embargo, su relativa inmediatez es suficiente para saciar mi necesidad de ponerme en marcha, pues me vale (tampoco podría ser de otra manera) con iniciar el camino; ya nos haremos cargo más adelante de las dificultades que surjan.
Por otra parte, como para mí la maternidad trata de vivir una experiencia, me he decidido por la opción biológica para sentir lo que es criar a un ser humano desde sus orígenes. Para mí, esta decisión tampoco ha resultado fácil, pues soy de esas personas a las que los bebés les dicen algo, pero no demasiado. Sinceramente, opino que los hijos de los demás (entiendo que esto puede cambiar con los míos, aunque no puedo asegurarlo) son un completo aburrimiento hasta que no se desplazan solos y se comunican en algún modo inteligible para quienes no somos sus padres.
Aun así, me apetece saber qué se siente estando embarazada, dando a luz, amamantando a un niño. También querría pasar a formar parte de ese club privilegiado de quienes aprenden a seguir su vida a pesar de tener pegada a la chepa a una criatura que, al parecer, no te deja tiempo ni para ducharte (posibilidad que no me cabe en la cabeza y que me da morbo comprobar sobre mi propia espalda).
Para terminar, y por paradójico que resulte, entiendo que la maternidad biológica es la mejor manera de prepararse para una adopción. De hecho, siempre que sea posible este suele ser el orden recomendado, pues los niños adoptados implican ciertos retos que pueden afrontarse mejor cuando una no es madre primeriza. Esto no quiere decir, evidentemente, que las familias formadas exclusivamente por adopción tengan mayores dificultades o "salgan peor"; simplemente considero que, en el caso de querer y poder formar una familia a través de caminos diferentes, el orden biología-adopción es el más adecuado.
Cuando escribo estas palabras, aún siento la pérdida que supone no optar por la adopción en primer lugar. Sé que la misma sensación me invadiría si la decisión hubiera sido la inversa, así que trato de estar tranquila en ese sentido. Esto es solo el comienzo, y no sé qué me deparará el futuro. Las hermosas imágenes que atesoro en mi mente, pensando en cómo sería el encuentro con mi hijo adoptado (las entrevistas, las visitas, la noticia, el viaje, el hotel, la primera mirada, el proceso de ser yo la adoptada, enseñarle su casa nueva, su colegio, su barrio...), permanecerán a salvo hasta el momento en el que, si la Vida decide que ese también ha de ser mi camino, se hagan realidad.
¡Allá vamos!
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