En estos días de reuniones y celebraciones familiares, cobra más sentido para mí la idea de formar una familia. Mi propia familia.
En la que, desde el principio, el respeto, la empatía, la comprensión o el perdón sean valores fundamentales. En la que no tengamos miedo a compartirnos desde lo que somos, seres humanos, con nuestras limitaciones y nuestras grandezas. Donde la comunicación sea posible, incluso en los momentos dolorosos o difíciles, porque la honestidad tenga siempre las puertas abiertas y la escucha no conlleve juicio o control. Una familia en la que el amor te dé la mano o te abrace cuando lo necesites, y sepa retirarse en los momentos de necesaria soledad. En la que los lazos se construyan cada día y no se enrosquen en tu cuello dificultando tu respiración.
Una familia, mi propia familia, deseada y construida con el corazón.