jueves, 31 de enero de 2019

Crónicas lactantes (I). ¿Se puede dar el pecho sin ser lactivista?


Empiezo una serie de entradas en las que pretendo relatar mi experiencia con la lactancia. Por suerte o por desgracia, en este como en otros tantos temas, me ha pasado de todo. Y aunque en la actualidad disfruto de una lactancia materna que dura casi un año, todo ha sido muy diferente a como me lo había imaginado.

Pero empecemos por el principio. Dicen que el 90% de las mujeres embarazadas desea dar el pecho a su bebé, y yo no era una excepción. Me parecía que la lactancia complementaba la experiencia del embarazo y el parto, como si fueran los tres platos que componen el menú de la maternidad "física". Evidentemente, tener un hijo por esta vía es algo mucho más complejo que hacer una reserva en un restaurante de esos que vienen en cajitas. Y aunque yo debía haberlo supuesto después de todo lo que había vivido con la reproducción asistida, resultó que, en realidad, no tenía ni idea.

Mis intenciones, no obstante, eran buenas. Quise prepararme para la lactancia como había intentado prepararme para el embarazo y el parto, así que empecé leyéndome un libro. Como no puede ser de otra manera, el elegido fue Un regalo para toda la vida, del archifamoso Carlos González. ¡Uf! Podría escribir TANTO sobre ese libro... Algún día espero escribir TANTO sobre ese libro... Pero, por aquel entonces, todavía me reía con sus chistes y compraba todos sus argumentos. Carlos González tenía razón en todo. Y, sobre todo, tenía razón en una cosa: dar de mamar no debería doler. ¿Habéis escuchado unas carcajadas maléficas? Pues son las mías.

Afortunadamente (repito: AFORTUNADAMENTE), no me quedé solo en la teoría y acudí a un par de reuniones de La Liga de la Leche antes de dar a luz. Fue una de las cosas que me salvaría la vida después, y lo que me introdujo, cual Virgilio, en el fascinante mundo de dar la teta.

Mucho de lo que se trató en aquellas reuniones todavía me sonaba extraño, porque, hasta que no tuve a mi hija, no comprendí realmente el alcance de retos como las noches sin dormir o la incorporación al trabajo. Y otro tanto me parecía fácil, como las técnicas para dar de mamar. ¡Era tan sencillo en las tetas de las demás...!

Lo que me  llamó poderosamente la atención, sin embargo, fue la cantidad ingente de críticas y comentarios malintencionados que tenían que soportar las mujeres que conocí por el simple hecho de amamantar. A mí me parecía una decisión de lo más natural, y aunque no esperaba que me ovacionasen por ello, tampoco imaginé que dar la teta se transformaría en una guerra sin cuartel.

Obsesionadas, las llamaban. Radicales, intransigentes, cabezotas. Excepto una mujer y la propia monitora, todas tenían bebés menores de seis meses y muchas ya habían recibido miradas reprobatorias por amamantar a un niño demasiado mayor. Me resultaba alucinante. ¿Qué nos pasaba, como sociedad, como personas, para criticar con tanta ferocidad algo tan sencillo? ¿Acaso dar la teta no era, como yo me había imaginado, simplemente lo que venía después de gestar y parir?

Fue entonces cuando empecé a preguntarme si era posible dar el pecho sin adoptar una actitud de defensa activa de la lactancia materna. En mis planes nunca estuvo la idea de tocar las narices a nadie, pero ya en aquellas reuniones me quedó claro que vendrían a tocármelas a mí. Y vaya si vinieron. Vaya si vienen todavía.

Que si la niña se pone mala de tanta leche que toma. Que si está gorda. Que si está flaca. Que si es imposible que tenga hambre, que soy yo la que me empeño. Que si ya no le pega estar en la teta. Que si no querrá "ver mundo". Que si en realidad no come, sino que me utiliza de chupete. Que cuándo le voy a dar comida de verdad, como los biberones. Que si le doy de mamar cada vez que me lo pide es porque le consiento todos los caprichos. Que qué es eso de despertarse a mamar de noche, que ya debería dormir todo seguido. Que a ver si voy a ser como las abuelas, que daban de mamar a niños que venían andando y les levantaban la camiseta.

No es fácil responder a todo esto. Porque parece que, si te defiendes, estás atacando otras opciones, otras experiencias, cuando es justamente al contrario. Yo me saco la teta cuando mi niña me lo pide y punto. Es todo lo que hago. Pero resulta una gran afrenta. Y eso es algo que no entiendo.

O mejor dicho: sí que lo entiendo. Cada día lo entiendo mejor, y entenderlo está siendo toda una revolución, íntima y felizmente colectiva. Pero eso ya es otra historia.

Después de un año de lactancia, a mí me ha quedado claro que no se puede dar el pecho sin ser lactivista. Esta palabra, el concepto mismo, no debería ni existir, pero desgraciadamente, es necesario. Porque es necesario hacer mucha pedagogía. Enseñar a quienes te rodean que el pecho tiene miles de años de antigüedad y que funciona de una sola manera, no como ellos se empeñan.

A estas alturas, evidentemente, me tocan las narices mucho menos que al principio, pero a mí me sigue dando pena. Porque una sola generación "de biberón" ha dado al traste con toda una cultura ancestral, porque la excepción se ha convertido en la regla. Pero bueno, por suerte hemos reaccionado a tiempo. Por suerte ha sido una sola generación, porque la cagada era tan grande que resultaba insostenible.

Y con cagada no me refiero a dar el biberón: precisamente, fue en las reuniones de La Liga de la Leche donde más insistían en que se tratara esta opción con el máximo respeto, y después de mi experiencia, no puedo más que entenderla. Con cagada me refiero a empeñarse en que el pecho funcione como se le antoje al pediatra de turno, y encima tener que aguantar que Carlos González se ría de la "obsesión" que tenemos "las madres" con el reloj. Eso sí, críticas a la profesión pediátrica que jodió la lactancia de nuestras propias madres, ninguna.

En fin. Cualquiera diría que soy una de esas mujeres afortunadas a las que la lactancia les resultó lo más natural del mundo. ¡Nada más lejos de la realidad! Solo con conocer el relato de mi parto ya se puede predecir que los comienzos fueron durísimos. Y es que, si mi cuerpo no parecía hecho para gestar, mucho menos lo parecían mis tetas para dar de mamar.

Pero me empeñé, así me dejara las tetas por el camino.
Y eso fue justo lo que ocurrió :)

viernes, 25 de enero de 2019

SOP para mayores de 35 años


–No te preocupes, el SOP es una característica de los ovarios jóvenes: según te acerques a la treintena, sobre todo si tienes hijos, se te irá pasando.

Creo que desde ese rincón del tiempo se pueden escuchar mis carcajadas presentes. Porque, según me acerco a la cuarentena, y aun habiendo tenido una hija, mi SOP no solo no mejora, sino que cada vez da más miedo.

El SOP es una condición endocrina del cuerpo que te acompaña, no sé si desde que naces, pero desde luego sí hasta que te mueres. Supongo que, con la menopausia, dejará de observarse el síntoma que le da nombre, porque la ausencia de ovulación implicará también la ausencia de folículos. Lamentablemente, el sistema endocrino no reside en los ovarios, sino en las hormonas, y estas sí que te acompañan hasta el último día.

Creo que las mujeres con SOP sufrimos un infradiagnóstico y, en general, una infravaloración de nuestra condición. Lo cual no es ninguna sorpresa, porque esto le pasa a cualquier mujer, y más si sufre una enfermedad "de mujeres". Entre las muchas consecuencias de esta situación, una de las que más me molestan es que apenas se reconozcan las relaciones que los diferentes síntomas del SOP mantienen entre sí.

Si estás gorda, calva, llena de pelos y granos, si te viene la regla cada tres meses o cada quince días, en cantidades ingentes y con un dolor inenarrable, y lo mejor, si además estás deprimida (que es mi síntoma preferido porque... ¿cómo no deprimirse?)... pues nada. ¿Qué te va a decir un médico? Absolutamente nada. 

Que adelgaces. Que te hagas la depilación láser. Que no te toques los granitos. Que te eches cremas o te tomes una pastilla para adolescentes. Que no te estreses. Que uses ibuprofeno. Que te des a los antidepresivos o a los ansiolíticos. Y que pruebes con la píldora.

Y eso es lo que yo hacía: cuando los ovarios se me ponían flamencos, me tomaba la píldora y a descansar. ¿Curaba eso el SOP? No, porque el SOP no tiene cura. ¿Paliaba la deriva chunga de la enfermedad? ¡Ni mucho menos! Pero que se me "regularan" algunos síntomas para mí era suficiente.

El problema es que, a partir de los treinta y cinco, se acabó lo que se daba. Sé que hay mujeres que siguen tomando la píldora a pesar de la edad, pero yo no puedo hacerlo porque me arriesgo a sufrir una trombosis. Aunque, según mi inmunólogo, si no me ha dado una trombosis con todos los años que he tomado la píldora, seguramente ya no me dé; con una niña pequeña no estoy para jugar a la ruleta rusa. Porque dos trombofilias y un SAF obstétrico ponen muchas balas en mi recámara.

Entonces, ¿cuál es la solución? Pues la solución-solución, no lo sé; pero sí que puedo explicar lo que me está funcionando a mí. Algo que ningún médico ha sabido aconsejarme y en lo que, sin embargo, tengo puestas todas mis esperanzas: vivir desde ya como si fuera diabética.

El origen último del SOP es el mismo que el de la diabetes: un problema con el metabolismo de la glucosa. Y aunque mi cuerpo, tras la diabetes gestacional, parece metabolizar la glucosa como si no tuviera ningún problema, en realidad es solo una apariencia. ¿Y cómo lo sé, si mi curva postparto salió estupenda? Pues porque me lo veo en la cara: dulce que tomo, grano que me sale. No necesito ningún médico para que me lo explique.

Habida cuenta de que esto va a ser así hasta la menopausia, y que después llega lo gordo (diabetes, problemas cardiovasculares, cáncer), más me vale poner monedas en el lado de la salud y reequilibrar la balanza, porque el lado chungo está a tope. Así que, aprovechando todo lo que aprendí en el embarazo (¡quién lo iba a decir!), he recuperado la dieta contra la diabetes y la he hecho mía para siempre.

A grandes rasgos, consiste en eliminar los azúcares simples mientras proporcionas al cuerpo cantidades constantes aunque moderadas de los complejos, para así evitar picos de glucosa pero mantener al páncreas trabajando. Y con azúcares simples no me refiero solo a los dulces, sino también a los azúcares "escondidos", sobre todo en los lácteos y el embutido  (¡el embutido es Satán, en serio!). 

Ahora mismo, tomo hidratos de carbono cinco veces al día. Y como la lactancia me tiene fundida, quien dice cinco, dice seis o incluso siete. La fruta no la he restringido porque tampoco tuve que hacerlo en el embarazo, y de lácteos tomo leche semidesnatada, quesos "normales" (los "light" están podridos de azúcar, es impresionante) y yogur natural. Además, procuro comer toda la verdura que puedo y raciones de proteínas estándar.

Y me va muy bien. Mi acné es leve, se me ha caído el pelo menos tras el embarazo que en otros momentos de mi vida, no me noto un hirsutismo especial y estoy hecha un fideo. Si no canto victoria es porque todavía no me ha venido la regla y no sé cuánto efecto estará teniendo sobre todo esto el tener la prolactina por las nubes. Temo que con el regreso de los estrógenos se vaya todo al garete, así que seguiremos informando.

Una de las cosas que más me ha ayudado con la dieta ha sido que esté coincidiendo con la introducción de la alimentación complementaria de mi hija. Porque lo que no quiero para mí, no lo quiero para ella, y viceversa. Así que estoy aprendiendo a cocinar sin azúcar para las dos: ¿puede existir una motivación mayor? Solo me falta que Alma, que es una adicta al dulce, se pase al lado oscuro con nosotras :)

Pero no todo es dieta en la vida de la persona diabética: cuando hablo de "vivir" como si tuviera diabetes, me refiero también a la necesidad de hacer ejercicio. Durante el embarazo, hice pilates y natación para embarazadas; ahora, cuido de un bebé  (gasto calórico asegurado), le doy de mamar (por si se me había ocurrido la feliz idea de guardarme algún gramo de grasa para mi disfrute exclusivo) y hago pilates una vez por semana, que hasta el momento es todo lo que me puedo permitir. Bromas aparte, mi compromiso con el deporte es grande, y espero poder ir ampliando el tiempo que le dedico a medida que mi hija crece.

Como decía una de mis enfermeras de Endocrinología, lo que es saludable para una persona diabética, lo es para cualquier persona, así que no puedo más que animar a quienes me leéis a uniros también a la cruzada contra el azúcar. Vuestra salud os lo agradecerá... ¡seguro! ;)

sábado, 19 de enero de 2019

Escalofríos


Hace unos días me llamaron de la clínica. Querían recabar los datos perinatales del embarazo: si había llegado al parto, cómo había nacido mi hija, si habíamos tenido algún problema de salud, etc. Me lo preguntaron todo de manera muy amable y prudente, pero fue precisamente ese exceso de tacto lo que hizo que me recorriera un escalofrío por la espalda.

Cada vez que me tocaba enfrentarme a un nuevo negativo o a un aborto (y fueron nueve veces en total), siempre imaginaba que mi vida se escindía y que, en un universo paralelo, todo salía bien y mi hijo nacía. En algún lugar, imaginaba, esa persona que no era yo disfrutaba de mi sueño hecho realidad.

El otro día, mientras hablaba por teléfono, me di cuenta de que por fin soy esa persona. Y un escalofrío volvió a sacudir mi cuerpo cuando pensé que, en otra vida, una yo que no soy yo recibió un nuevo negativo, sufrió otro aborto. Y tuvo que seguir adelante en un mundo donde mi hija no existe.

El velo que separa ambas realidades es tan fino... Un solo error, un simple acierto, puede llevarte a caer de uno u otro lado. Apenas un detalle que, sin embargo, da origen a todo un universo, porque esa pequeña diferencia es la vida de nuestros hijos. Unos hijos que, durante muchísimo tiempo, solo pudieron poblar nuestra imaginación, hasta que el pequeño gran milagro al que le debemos su vida permitió que por fin se encarnaran.

domingo, 13 de enero de 2019

La reunión informativa


Se me agolpan tantas emociones cuando toco el tema de la adopción que, aunque escribí con muchas ganas esta entrada para explicar cómo viví la reunión informativa, he retrasado una y otra vez su publicación para seguir buscando las palabras que mejor expresen lo que sentí.

Empezaré por el principio. Habíamos planeado cuidadosamente el itinerario porque la Dirección General de la Familia y el Menor (actual IMMF) nos pillaba muy lejos de casa. Había que coger mucho transporte público y había que andar por calles que, al menos yo, no controlaba para nada. Además, cualquier intento de salir de casa las tres a la vez nos puede llevar toda una mañana, así que la noche anterior dejamos todo preparado y madrugamos un montón para ser capaces de llegar puntuales.

El plan era muy bonito, pero la realidad fue ligeramente distinta. Para empezar, yo me dormí más de veinte minutos después de apagar el despertador, algo que no me suele pasar nunca; en vez de meterme corriendo en la ducha, tuve que dar de mamar a la niña mientras Alma ocupaba mi puesto; y acabé desayunando cualquier cosa de pie frente al frigorífico. A pesar de todo ello, conseguimos salir de casa con solo cinco minutos de retraso.

Una vez en el metro, Alma respiró tranquila. Yo no. Yo seguí con un nudo en el estómago durante todo el camino, mirando el reloj compulsivamente cada cinco minutos, hasta que nos plantamos en la puerta del centro con quince minutos de antelación. 

Era la primera vez que lo pisábamos, pero intenté hacerlo mío desde el principio. Como si de una clínica de reproducción asistida o de un hospital se tratara, sabía que volveríamos muchas veces a aquel edificio, y que, si todo iba como planeábamos, algún día saldríamos de allí con nuestro hijo (!).

Junto a la puerta había una cola para pasar por un arco de seguridad. Sé que se trata de un edificio oficial, pero reconozco que me sorprendieron tantísimas precauciones. Antes de cruzar el arco, tuvimos que explicar para qué íbamos. "Venimos a la reunión informativa de adopción nacional". Mi propia voz me sonó extraña, como salida de un sueño, y reconozco que por un momento pensé que nos dirían algo así como: "Pero si no hay ninguna reunión convocada" o "Pero si eso no es aquí, sino en la otra punta de Madrid". Evidentemente, no fue así. Y entramos.

Llegamos entonces a un mostrador de información. Nos pidieron que firmásemos en unas hojas de control. Yo empecé a pasar folios sin encontrar nuestros nombres, diciéndole a Alma: "No nos veo, no nos veo", y pensando: "Ahora no estamos, verás; ahora nos dicen que ha sido todo un error". Pero no lo era: nuestros nombres estaban casi al final de la lista porque, como bien sabemos, hemos entrado en esta convocatoria muy por los pelos.

Cuando les devolví las hojas, me alcanzaron una carpeta. "Y esto es vuestro", me dijeron. A mí me empezaron a temblar las manos: me había bastado un solo vistazo para ver escrito "Adopción nacional" sobre un mosaico que representaba unos niños. Y no pude volverlo a mirar. Solo me alcanzó el ánimo para sentarme en la sala de espera y aguantarme las lágrimas, concentrada en un punto invisible sobre el horizonte y pensando que era el ser más ridículo de la galaxia.

No era solo por estarlo viviendo. Era porque allí, en un edificio real, con una reunión real, una hoja de firmas real y una carpeta real, entendí que aquello iba de niños reales. Más allá del hilo rojo, aquello iba de desamparo, de familias rotas, de nuevas familias. Me cuesta encontrar las palabras para explicar cómo, pero sé que en ese momento, de manera puramente emocional, empecé a entenderlo.

Por suerte, apenas habían pasado unos minutos cuando una mujer muy amable nos condujo a la sala de reuniones. Yo me sorbí los mocos de golpe y nos subimos en el ascensor. La reunión empezó un poco más tarde, porque el ponente decidió dar unos minutos de cortesía para algunas familias que, aun habiendo confirmado su asistencia a la reunión, nunca se presentarían.

Durante la reunión nos explicaron todos los entresijos del proceso. Me gustaría dedicarles una entrada aparte, porque la adopción nacional es diferente a la internacional, que es la más se suele conocer, y también lo son sus condiciones y sus tiempos. Además, lo que a mí me dejó catatónica durante días fue toda la información que nos dieron sobre las madres biológicas y sus bebés.

jueves, 3 de enero de 2019

SÍ SE PUEDE, pero...

Quería empezar el año con esta entrada, con un SÍ SE PUEDE bien grande, lleno de ánimos y esperanza, dedicado con todo mi cariño a quienes estrenan el 2019 inmersos en esa devastadora experiencia que es la lucha contra la infertilidad.

El título no es aleatorio, ni una frase hecha tan bienintencionada como falsa. Es algo de lo que estoy profundamente convencida, algo que he ido entendiendo a lo largo de los muchos años en que he librado mi propia batalla. SÍ SE PUEDE, con letras luminosas, gigantes. Y un "pero" pequeñito, pero un "pero" al fin y al cabo.

SÍ SE PUEDE, pero...

... no será cuando tú quieras. Creo que esta es la primera lección que nos enseña la infertilidad: para algunas personas, la planificación familiar no es más que un chiste de mal gusto. Cuando esta desgracia te atraviesa, no hay nada que puedas planificar, aunque te pases días y días, noches y noches haciendo cálculos. No serás madre a la edad que deseabas, tu hijo o hija no llegará cuando calculas. Olvidarse del tiempo, relativizarlo al menos, es una de las peleas más arduas, pero solo con esa victoria lograrás cierta paz. Y, en la guerra contra la infertilidad, vas a necesitar toda la paz que consigas reunir.

... no será porque tú quieras. Lograr un embarazo pese a la infertilidad no es solo cuestión de voluntad. Por mucho que te empeñes, esas condiciones que te impiden quedarte embarazada como deseas no van a desaparecer. Ni siquiera aunque te vayas de vacaciones al Caribe para relajarte. Hacen falta buenos médicos, mejores diagnósticos, más medicación de la que te gustaría e incluso cirugía. El hecho de que de vez en cuando se produzca un milagro no implica que el milagro vaya a ser el tuyo. Mejor concentrar la energía en obtener la atención sanitaria que necesitas  (todo un logro en sí mismo) que en permanecer en un estado de concentración imposible que solo te va a hacer sentir más angustiada y culpable.

... no será como tú quieras. Nadie desea la reproducción asistida, pero algunas personas la necesitamos. Seguir adelante implica todo un rosario de renuncias que pueden hacer que te cuestiones tu propio deseo de maternidad. Con esto no quiero decir que solo quien es capaz de renunciar "merece" tener hijos. Eso sería una soberana estupidez. Lo que quiero decir es que, por más que nos engañemos, algunos no podemos tener hijos como los demás. Punto. No hay paliativos posibles. Así que nos toca dejar ir la fantasía de que podría ser siquiera parecido y, a partir de ahí, atrevernos a escribir nuestra propia historia. 

En ella puede haber hijos. O no haberlos. Cada persona va encontrando sus límites con el tiempo. Lo que sí que hay es paz de espíritu, alegría y una herida que duele menos. Lo he visto en infinidad de casos de familias cuyos hijos han llegado de maneras muy diversas. Y también en quienes han aceptado sus propios límites, transformando su camino según lo transitaban. El dolor de la infertilidad se acaba. Y en la otra orilla brilla un sol estupendo.

SÍ SE PUEDE.
¡SÍ SE PUEDE!

... a pesar de los peros :)

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...