domingo, 24 de septiembre de 2017

Se van las náuseas

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A medida que avanzamos por el segundo trimestre, se va afianzando un síntoma clásico del embarazo: la desaparición de las náuseas.

Reconozco que no daba un duro por ello. Tengo alguna amiga con SOP que ha sufrido náuseas hasta el tercer trimestre, aun estando permanentemente medicada, y me imaginaba que a mí también me tocaría algo parecido. Pero no: cumpliendo un calendario de libro, según hemos ido dejando atrás la semana doce, también se han ido disipando las náuseas.

Ahora mismo solo me queda una especie de "naúseas nerviosas": cuando me tengo que enfrentar a alguna prueba (ya sea médica o "vital", como dar la noticia de mi embarazo), vuelvo a sufrirlas durante horas. Pero tengo claro que están ligadas a un estado emocional alterado, y no a la alteración hormonal a la que, contra todo pronóstico, mi cuerpo parece haberse acostumbrado.

Y es curioso. Porque, aunque las náuseas son un síntoma de embarazo desagradable, cuando miro hacia atrás y recuerdo la "aventura" que hemos vivido juntas, me invade una fuerte sensación de nostalgia.


Tengo una imagen de mí misma grabada en la mente: frente al espejo, después de haberme quitado la ropa para ducharme antes de ir a trabajar, escudriñándome las ojeras y pensando: "Joder qué mal me encuentro". Habían pasado seis días desde la transferencia y sentía las náuseas mañaneras más contundentes de mi historia. 

No me lo tomé a bien, sino todo lo contrario. En mi experiencia hasta entonces, las náuseas más fuertes son las provocadas por la progesterona, y atacan precisamente cuando la betaespera es negativa. Así me ha ocurrido cada vez que no me he quedado embarazada. Sin embargo, cuando me quedo, parece que la progesterona se armoniza con las necesidades de mi cuerpo y, como mucho, siento náuseas uno o dos días durante la betaespera, y nunca demasiado fuertes.

Así que, aunque para entonces ya llevaba cuatro días notando un SHO la mar de sospechoso, me vine abajo. "Náuseas fuertes = Negativo", pensaba. Me duché, me vestí, y cuando fui a desayunar, mi cuerpo se decantó de manera natural por un yogur bien fresquito. Yo suelo desayunar bastante, pero ese día me tuve que conformar. Un poco antes de las doce del mediodía, sin embargo, las náuseas remitieron y ya me pude tomar un sándwich con un café.

A la mañana siguiente, a la misma hora, las mismas náuseas mañaneras. Ahí ya empecé a mosquearme, porque las náuseas que provoca la progesterona no siguen un horario: un día son por la mañana, al otro por la tarde, al día siguiente después de la cena... Estas parecían seguir un patrón que me recordaba a mi primer embarazo: náuseas desde primera hora hasta las doce de la mañana, y después nada. Así que recuperé un poco el ánimo y las esperanzas, y me marché al trabajo expectante, con mi yogur fresquito en el estómago y un sándwich en la mochila. 

Al día siguiente, volvieron las náuseas. ¡No me lo podía creer! ¡Eran náuseas de embarazo! Para entonces ya me había hecho mi primer test, ese positivo que solo veía yo, pero apenas me quedaban dudas: era el SHO y eran las náuseas y eran muchos otros síntomas que llevaban varios días dejándome con la boca abierta.

Lo escribo y todavía se me llenan los ojos de lágrimas. Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de hasta qué punto este embarazo había empezado bien, hasta qué punto era distinto de los anteriores. En muchos foros he encontrado esta misma experiencia: la exacerbación de los síntomas en el embarazo con heparina, su contundencia frente a los embarazos sin medicación, esos embarazos sin esperanza que llegan como un suspiro y que apenas tienen fuerza para sacudir nuestro organismo como solo sabe hacerlo un embarazo sano.

A partir de entonces, las náuseas fueron extendiéndose a lo largo del día. Una semana después de empezar, ya llegaban hasta la comida; a las dos semanas, tenía náuseas desde que me levantaba hasta por la tarde. El yogur continuó siendo mi primer alimento durante casi todo el primer trimestre, y poco a poco fui deconstruyendo el desayuno: yogur primero; media hora después, una pieza de fruta; a la hora, medio sándwich con un vaso de leche; una hora más tarde, el otro medio sándwich. Acababan de empezar las vacaciones y mis mañanas consistían en sentarme en el sofá, hacer respiraciones para conjurar las ganas de vomitar, y comerme mis cuatro desayunos. Tampoco podía hacer comidas muy intensas durante el resto del día, porque me producían unas indigestiones que más de una vez volvieron a atraparme en posición sentada durante horas, con la tripa hinchadísima y dura, y la amenaza no verbalizada de darme la vuelta desde el estómago.

Admito que algún día llegué a agobiarme, porque había pasado de sentirme embarazada a sentirme enferma. Pero enseguida me recompuse: estaba ocurriendo lo que debía ocurrir, lo que tanto había esperado y con lo que tanto había soñado, y más me valía tomármelo con paciencia y asumirlo cuanto antes, porque aquella era solo una de las múltiples "molestias" que podía encontrarme a lo largo del embarazo.

En plena búsqueda de la paz interior, sin embargo, empezaron a hacerse realidad mis peores pesadillas: entre las semanas cinco y seis, las náuseas se fueron transformando en un mal cuerpo difuso que carecía de la contundencia y la pulcritud horaria de las que había disfrutado hasta el momento. Todavía hoy pienso que aquel cambio no fue fruto del progreso natural del embarazo, porque era demasiado pronto para que progresara en ese sentido. Y cada vez estoy más convencida de que el terror que me invadió entonces, por más absurdo que pueda parecer, estaba totalmente justificado.

Me costó un poco atar cabos, porque la mente no funciona de la misma manera cuando se encuentra paralizada por el miedo, pero a las pocas semanas entendí que aquel cambio estaba relacionado con la bajada en la actividad de la heparina que se verificó con el segundo análisis del factor anti-Xa. De hecho, en su momento llegué a hacer un cálculo aproximado de su actividad (que pasó de 0,28 el día de la ovulación a 0,18 cuando estaba de siete semanas), y llegué a la conclusión de que habría atravesado la barrera de los 0,2 (el límite inferior del rango que mi inmunólogo me había recomendado) precisamente por esas fechas.

Sobre esta experiencia también he leído en foros. Son muchas las chicas que vinculan la dosis de heparina con la contundencia de los síntomas y, desgraciadamente, son también muchas las que, a pesar de la opinión que tienen algunos médicos de que no es necesario controlar la heparina en el embarazo, terminan perdiendo a su bebé tal y como ellas mismas pronosticaban a partir de las sensaciones que les transmitía su cuerpo y de la negativa que reciben de subir la dosis de la medicación. He llegado incluso a leer casos de chicas que se inyectan más heparina de la prescrita hasta que recuperan sus síntomas, algo que no puedo recomendar pero sí entender perfectamente teniendo en cuenta la actitud de algunos médicos y lo que está en juego en un embarazo. 

Lo peor es que estas pérdidas no se producen de manera inmediata, como ocurre en los embarazos sin medicación. Así, una bajada de la heparinemia a las seis semanas puede dar lugar a un aborto a las doce semanas, por ejemplo. Se trata de un margen estupendo para corregir los niveles de medicación, pero también un ensañamiento cruel e innecesario cuando esto no se hace y un embarazo que se podría haber parado en el primer trimestre termina haciéndolo en el segundo.

A mí me quedó clara esta relación cuando empecé a inyectarme la nueva dosis de heparina que me prescribió el inmunólogo: la intensidad de las náuseas subió de manera casi inmediata, permitiéndome recuperar la confianza en que nuestro embrión tenía la fuerza suficiente para seguir adelante. Sin embargo, el patrón con que había empezado el embarazo nunca volvió: ya estaba de nueve semanas y, aunque pude sentir de nuevo ese malestar que tan bien conocía, a las náuseas les quedaban apenas quince días para empezar a desaparecer de manera definitiva. Este proceso empezó a las once semanas, y a partir de las trece ya solo me quedaban las "náuseas nerviosas" que he comentado al principio.

Por otra parte, tengo que admitir que, a pesar de la contundencia de este síntoma, apenas fue acompañado por los vómitos. Mi malestar no tiene nada que ver con el que pasan algunas chicas que no salen del baño en toda la mañana; de hecho, solamente vomité una vez, y lo hice al volver de un viaje. Porque mis náuseas sí que iban aparejadas con una sensación de mareo intenso cada vez que montaba en coche, así que un viaje de más de seis horas por carreteras llenas de curvas y con malestar desde primera hora de la mañana fue más de lo que mi cuerpo pudo soportar.

Ahora que ya no las siento, ahora que los mareos también se han atenuado, reconozco que las echo de menos. No son agradables y se vive mucho mejor pudiendo desayunar y sintiéndose persona desde primera hora de la mañana; pero también es verdad que su marcha implica haber dejado atrás la primera etapa del embarazo. Y eso es bueno, por supuesto, pero también me genera cierta nostalgia porque no sé si alguna vez volveré a vivirlo, no sé si alguna vez volveré a quedarme embarazada y a sentir mi cuerpo invadido por esa manera tan peculiar que tienen los embriones de manifestar su presencia en nuestro interior.

Me consuela saber que, al menos, he podido experimentar el proceso completo una vez :)

2 comentarios:

Luli Lulita dijo...

Dentro de poquitas semanas, empezarás a notar por dentro los movimientos de ese pequeño ser y ya verás como supera con creces tu nostalgia de la primera etapa!! Yo con Renacuajo no tuve náuseas, y era como si no hubiera embarazo, y con Ranita, las tuve toooodo el primer trimestre (y tengo SOP), pero cuando empiezas a notarlos, para mí es el mejor momento, el de más conexión y tranquilidad, y compensa mucho. Pero te entiendo perfectamente con lo de la nostalgia de lo que se va y puede que nunca se repita, pero así es la maternidad, así que bienvenida!!! ;)

Remedios Morales dijo...

La verdad es que me voy haciendo a la idea de que así es la maternidad, jeje, tanto tiempo esperando para vivir ciertas cosas, y luego se pasan rápido. No es que haya disfrutado con la náuseas, claro, pero ya estamos en pleno segundo trimestre... y se me encoge un poquito el corazón. Aunque también tengo mucha ilusión por vivir los privilegios de esta etapa, como el de sentir esos movimientos... ¡Ay! :D

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