domingo, 13 de noviembre de 2016

La vida sigue... y el SOP también

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Aunque nunca consiguiera llevar un embarazo adelante, este viaje por la reproducción asistida ya me habría regalado algo que me acompañará durante el resto de mi vida: un diagnóstico inapelable de síndrome de ovarios poliquísticos y el atisbo desolador de cómo este trastorno afecta a mi vida cotidiana.

Cuando me hice los análisis para mi último tratamiento, descubrí un nuevo capítulo de esta novela de terror endocrino: la píldora me sube el colesterol y los triglicéridos. Como en ocasiones anteriores, fue como si toda mi vida pasara por delante y, de pronto, cobrara sentido. No es la primera vez que el colesterol me sale alto, ya me ocurrió en otra ocasión. Y en esa otra ocasión, también estaba tomando la píldora. El caso de los triglicéridos es más complicado, porque los eleva la píldora pero también el metabolismo de la glucosa, así que sus valores han sido más fluctuantes en mi vida (y ahora mismo no están ligeramente por encima del límite, como el colesterol: ahora mismo están elevadísimos).

Al igual que no es la primera vez que me salen estos valores, tampoco es la primera vez que asisto al surrealismo de la impresiones médicas. Esta vez me tocó escuchar que probablemente tuviera el colesterol y los triglicéridos disparados porque me habría pasado de una manera muy especial con la comida. "Ya sabes: barbacoas, cervecitas, los choricitos muy grasientos... Todo eso eleva el colesterol, pero no es grave".

Sé que le podría haber contestado muchas cosas. Me di cuenta cuando llegué a mi casa, después de haberme aguantado el impulso irrefrenable de lanzarme bajo las ruedas de cualquier coche, desesperada por mi situación. El número de barbacoas al que asistido este verano ha sido cero. Los chorizos grasientos que me he metido entre pecho y espalda han sido ninguno. Y las cervecitas... pues no sé. Un máximo de dos o tres por semana, muchas de ellas sin alcohol, y solo durante el verano. No podría asegurarlo, pero a mí me parece que doce latas de cerveza repartidas a lo largo de un mes no hace que unos niveles de colesterol perfectamente normales se eleven como la espuma. 

(O a lo mejor sí, ya no lo sé. A lo mejor, aparte de tener SOP, soy una alcohólica sonámbula que se pasa las noches de verano atiborrándose de choricitos en barbacoas que no recuerda. A estas alturas, todo podría ocurrir).




Lo peor de todo es que, desde mi humilde punto de vista, sí es grave. Es grave porque, para regular el SOP, necesito tomar la píldora. Es grave porque, si no tomo la píldora, sufro las consecuencias. Y es grave porque, según acabo de descubrir, si tomo la píldora, también sufro las consecuencias. 

Aquel día lo pasé muy mal. Fue el primer colapso emocional que sufrí en el último tratamiento. Me sentía atrapada en mi cuerpo, naufragando en una SOPa endocrina y, lo peor de todo, abandonada a mi suerte. Porque, mientras los médicos me sigan hablando de choricitos, barcacoas, cervezas, patatas fritas, malos días para hacerme los análisis o resultados sin importancia, no voy a encontrar una solución.

Y no será porque no la busco. Según llegué a mi casa, aparte de cagarme en todo lo que se movía, me puse a buscarla. Y la encontré. Encontré la confirmación de que la píldora eleva el colesterol y los triglicéridos, especialmente a las mujeres que tenemos SOP y tendencia a casi todo. Encontré que las píldoras tradicionales, justamente las que yo he tomado durante toda mi vida, son las peores, porque llevan incorporan estrógenos sintéticos que te vuelven loco el metabolismo de las grasas. Encontré que existen píldoras de segunda generación cuyos estrógenos son naturales y no tienen tantos efectos secundarios. Y encontré que, para estos casos, existen tratamientos hormonales de tercera generación que, al no tomarse por vía oral, no son metabolizados por el hígado y no te destrozan el sistema endocrino.

Así que, en la última visita, aparte de contarle a la doctora mis desgracias reproductivas, le expliqué esta situación. Le dije, como si sus impresiones médicas nunca hubieran tenido lugar, que la píldora me elevaba el colesterol y los triglicéridos. Le expliqué, con las mejores palabras que encontré, que quería probar los parches anticonceptivos para evitar que el hígado metabolizara los estrógenos y así, tal vez, evitar este efecto secundario. Le di todo hecho, para que ella solo tuviera que rellenar un papel, pero tampoco esta vez tuve éxito.

Primero me dijo que no. Que la vía de administración no tenía nada que ver con los efectos secundarios de los tratamientos. Luego me dijo que sí, que si las hormonas no pasan por el higado, el colesterol y los triglicéridos no se elevan de la misma manera. Y después me imprimió una receta para el anillo vaginal.

Fue el mismo día. El mismo día en que acudí a su consulta para que me derivara a Hematología y Ginecología y acabé con un volante para Esterilidad. Aquel mismo día yo le pedí que me recetara el parche anticonceptivo y ella me imprimió una receta para el anillo vaginal.

No entendía nada. No sabía si es que hablaba en un idioma desconocido o directamente yo creía que hablaba pero de mi boca no salían las palabras. Ni me molesté en lanzarme bajo las ruedas de ningún coche: volví a mi casa como un zombi al que solo una conjunción de planetas evitó la muerte por atropello.

Y no es una manía. Yo no quiero ponerme un dispositivo que aumenta las posibilidades de infección del aparato reproductivo porque, a todo esto, necesito minimizar los riesgos de aborto y las infecciones son uno de ellos. No quiero meterme un anillo de plástico que puede salirse cada vez que te estriñes o tienes una digestión pesada porque eso ya me ha pasado un millón de veces con los comprimidos de progesterona y sé que no es algo que pueda soportar a diario. Y ya ni siquiera me apetece probar un tratamiento de tercera generación porque, después de investigar sobre el anillo (ya que quise darle una oportunidad como persona razonable que me considero), descubrí que estos tratamientos son muchísimo más protrombóticos que la propia píldora, y no está entre mis planes morir de un coágulo ni abonar mi cuerpo para el próximo aborto.

Así que me he rendido. He vuelto a comprar la píldora revienta-arterias y me la tomo cada día sin pensar. O mejor aún: pensando. Pensando que me estoy jodiendo la salud y aceptando el hecho de que, por el momento, me he quedado sin fuerzas para seguir dando la batalla. 
  

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una pregunta a lo mejor tonta, ya que nunca he tomado anticonceptivos: los parches que necesitas y son buenos para tu salud no los puedes comprar sin receta? O son extremadamente caros? Y si pides cita para endocrino? A lo mejor el te lo puede recetar?

Remedios Morales dijo...

Ninguna pregunta es tonta :)

Resulta que, por lo menos en España, no se pueden conseguir anticonceptivos sin receta médica: ni píldora, ni parches, ni anillos, ni ninguno. Lo que no quiere decir que estén financiados, porque, de hecho, no lo están. Es decir, que necesito la receta de mi doctora, pero tengo que pagar el importe completo del medicamento. Es lo que se llama una receta "blanca".

En cuanto a la cita con el endocrino... sí, desde luego que necesito una. Pero primero tengo que recuperarme de la última visita a mi doctora de cabecera :S

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