sábado, 5 de septiembre de 2015

Punción



Saber que tenía que volverme a enfrentar a una punción ya no me causó tanto miedo como la primera vez. Aunque pasar por quirófano no me haga especial ilusión, la punción ha dejado de ser mi particular túnel al final de la luz. Supongo que porque mi primera experiencia fue positiva, y también porque, durante este tiempo, he aprendido que una sedación es diferente de una anestesia, ya que puedes seguir respirando por ti misma sin necesidad de intubarte. Y por algún motivo, racional o irracional, ese detalle ha sido suficiente para que haya perdido gran parte del miedo.

Aun así, la tarde anterior a la punción y la mañana de la misma me entró bastante pánico. Habría querido salir corriendo, y no paraba de decirle a Alma que, de tener el papel del consentimiento en mis manos, lo revocaría sin pensarlo. En el camino hacia el quirófano, dejé de ser una paciente tranquila y comprensiva para convertirme en la típica histérica-toca-pelotas. Cada vez que la enfermera, o el anestesista, o la doctora me preguntaban cómo estaba, yo respondía: "Aterrada". Si alguna vez tengo que volver a entrar en quirófano (dentro de muchos años y por motivos diferentes), prometo mejorar este punto, que a juzgar por las caras que me ponían, no debe sentar nada bien a los sanitarios.

He de decir que, esta vez, Alma también me confesó que estaba asustada. La enfermera le dijo que tardaríamos unos 45 minutos, por si le apetecía salir a tomarse algo mientras tanto, pero ella no quiso abandonar la sala de espera ni para ir al baño (!). Después me contó que, cuando vio salir a nuestra doctora del quirófano y ni siquiera la miró, pensó: "Ya está, ya está, se ha muerto y no quieren decirme nada".

Tal para cual.



Esta vez, el anestesista me hizo un daño terrible al ponerme la vía, y la enfermera me pidió que me colocara en una posición en la que me dolía bastante la espalda. Pero las incomodidades duraron solo unos minutos: pronto volví a sentir ese cosquilleo en la cabeza, más suave y largo que la otra vez, y me dormí.

El despertar fue parecido al de la vez anterior. Lo primero que hice nada más tener conciencia de haber recuperado la conciencia fue echarme a llorar como una magdalena. Enseguida entró Alma en el box y le dije: "Ya sabes, yo como siempre". Al parecer, mi reacción ante la anestesia es siempre igual: llanto, subidón y después bajón. Me pasó en la primera punción y también lo recuerdo de la operación de vegetaciones que me hicieron cuando era pequeña.

Durante el subidón, me puse a hablar como una cotorra y a reírme como una loca. Alma ya me conoce, pero yo creo que la enfermera lo flipaba. Me sentía muy contenta de haber sobrevivido, aunque menos eufórica que la primera vez. Tampoco di por hecho que, a partir de ahí, todo iría bien y me convertiría en madre, porque, por suerte o por desgracia, he aprendido la lección.

Después llegó el bajón. Dejé de hablar, dejé de reírme y empecé a preocuparme por lo que venía a continuación. ¿Cuántos óvulos habrían recuperado? ¿Qué porcentaje serían maduros? ¿Fecundarían? ¿Llegarían a blasto? ¿Tendría al menos una oportunidad o todo el esfuerzo habría sido en vano? Lo peor de esta fase es que es mucho más larga que la anterior, y supongo que resulta algo desconcertante. La enfermera, que mientras estuve eufórica me decía: "¡Pero si estás fenomenal!", ahora no paraba de preguntarme: "¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes?". A mí me daban ganas de zarandearla gritando: "¡Dime que todo va a salir bien!".

Por suerte, esta depresión-post-punción se vio atenuada por mi bienestar físico. En la primera FIV, creía que me despertaría sintiéndome muy aliviada de los ovarios; sin embargo, me desperté con unos dolores muy intensos en la vagina, que me duraron varios días y para los que tuve que tomar analgésicos cada ocho horas. Esta vez, enseguida noté los mismos tirones, pero con una intensidad mucho menor. Apenas me duraron el tiempo que estuve recuperándome, así que no he necesitado  tomar ninguna pastilla (más).

Nuestra doctora nos explicó después que esta punción había sido particularmente sencilla, ya que los ovarios estaban muy accesibles y no había tenido que trastear demasiado con la sonda. Entiendo que eso explica que no notara apenas molestias, pero yo también confío en su pericia: la vez anterior fue otra doctora quien me hizo la punción y, sinceramente, me dejó la vagina hecha un colador.

Pero bueno, lo mejor es que ya puedo añadir la punción a todo-lo-que-está-saliendo-mejor en esta segunda FIV. 

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