sábado, 3 de mayo de 2014

¡Nos casamos!



Después de muchos (¡muchísimos!) meses arreglando papeles, por fin tenemos fecha para casarnos.

Comenzamos el papeleo en verano. Nos presentamos muy contentas en el ayuntamiento de nuestro pueblo y, prácticamente, les anunciamos la boda. A los funcionarios les pareció una noticia estupenda, y entendieron que ya teníamos resuelto el expediente judicial. ¿Expediente? ¿Qué expediente? Aquel día aprendimos que, antes de poder casarse, un juez debe examinar los datos de los contrayentes para darles permiso. Era la primera noticia que teníamos sobre el tema, nosotras y la mayoría de la gente que conocemos (incluidos los casados por la Iglesia).

Así que, con las mismas, nos fuimos al juzgado. Allí nos dijeron que en verano no daban cita para estos eventos, por lo que deberíamos volver en septiembre. Volvimos en septiembre y, antes de explicarnos el proceso, tuvo lugar una de esas anécdotas bochornosas que quedarán para los anales de nuestra historia:

— Así que os queréis casar —dijo la funcionaria—. ¿La dos?
— Sí —respondimos nosotras, un tanto extrañadas—... ¡la una con la otra!

Quizá fueron los nervios del momento, pero nos pareció un equívoco graciosísimo y nos pusimos a reír a carcajadas. A la funcionaria no pareció hacerle ninguna gracia, ya que no se dignó siquiera a sonreírnos y nos explicó el procedimiento en un tono muy serio. Pensándolo después, esta actitud me pareció profundamente irrespetuosa. ¿Qué se pensaba que éramos? ¿Dos amigas muy amigas que pretendían casarse el mismo día? Por si esto fuera poco, la cita que nos dieron para iniciar el expediente (¡solo para iniciarlo!) iba a tener lugar unos cuantos meses después... ¡En febrero! 

Durante ese tiempo debíamos conseguir nuestras partidas de nacimiento, pero no las podíamos pedir demasiado pronto porque caducaban a los tres meses de ser expedidas. Afortunadamente, este trámite pudimos hacerlo a través de la página web del Ministerio de Justicia, y solo tardaron quince días en enviárnoslas a casa. Claro que, para que no se caducaran, no las pedimos hasta principios de enero, y pasamos bastantes nervios pensando en si llegarían a tiempo o no. 

Además, teníamos que conseguir un certificado de empadronamiento de los últimos dos años. Por suerte, este trámite terminó siendo bastante sencillo, puesto que llevamos viviendo más de dos años juntas y en nuestro pueblo, así que simplemente fuimos a pedirlo al ayuntamiento (también a principios de enero y con los nervios correspondientes, pues caducaba a los tres meses) y nos lo imprimieron en el momento. Supongo que, si hubiéramos vivido en varios sitios diferentes y cada una por separado, este trámite se habría convertido en un infierno.

La emoción se mantuvo hasta el final. Por alguna razón inexplicable, y a pesar de conocer los datos de la cita con seis meses de antelación, llegó el gran día y yo... me equivoqué de hora. Cuando me quise dar cuenta, faltaban veinte minutos para el evento (aunque yo creía que faltaba una hora y veinte minutos) y todavía estaba en el trabajo, a más de media hora en coche de mi pueblo. Por suerte, algo hizo "clic" en mi cabeza y lo comprendí a tiempo, así que volé escaleras abajo mientras llamaba a Alma (que no daba crédito) y en poco más de veinte minutos subía corriendo la calle del juzgado.

No me había pasado ni diez minutos de la hora (aquel día debieron de apedrear todos los radares, pues todavía no me explico cómo no he recibido ninguna multa), pero ya habían salido a llamarnos. Sin embargo, Alma les explicó que todavía no habíamos llegado todos, y a los funcionarios no les importó volver a llamarnos en un rato. Creo que este detalle salvó nuestro matrimonio, porque si después de seis meses perdemos la cita por mi mala cabeza, Alma habría iniciado un expediente, sí... ¡pero de divorcio! 

Con el acelerón que llevaba encima, me puse a rellenar los papeles a la velocidad del rayo. Por suerte, en medio de la vorágine conseguí darme cuenta de lo que estábamos haciendo, y me emocioné profundamente. Mientras tanto, la funcionaria, que si no era la de la vez anterior sí que compartía su humor inenarrable, soltaba sus perlas: 

— Qué os voy a preguntar a los testigos, ¿verdad? Si de aquí a un año puede pasar cualquier cosa...

Las fotos del momento son una reflejo perfecto de la escena: los testigos aguantando el tipo con una sonrisa, yo a punto de soltar la lagrimilla y Alma, muy concentrada y seria, meditando ("¿Confundirse de hora? ¿¡Pero en qué estaba pensando!?"). Nos dijeron que tardarían un mes en tener la resolución del juez, lo cual nos pareció más que razonable, después de todo lo que habíamos esperado.

Una vez resuelto el expediente, volvimos al juzgado para fijar la boda y, tras un pequeño baile de fechas, elegimos el día. Pensábamos darnos un tiempo de margen para poder organizar las vacaciones en el trabajo, pero nos metieron algo de prisa al explicarnos que, con el proceso de privatización de los registros, era posible que después del verano tuviéramos que acudir a un notario. Aquel fue el empujoncito que necesitábamos para decidirnos y al final... ¡este mes nos casamos!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No puede haber una noticia mejor. ¡Enhorabuena! Esto culmina un camino increíble, y marca la salida de otro aún más increíble. Dos puntos en uno mismo, igual que vosotras...

Remedios Morales dijo...

¡Gracias, guapa! ¡Ya lo celebraremos! :D

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